La ilegalización de algunas drogas no ha servido para aliviar ni uno solo de los problemas que esas drogas pueden hacer a los individuos y a la sociedad. Todo lo contrario: ha incrementado su uso, por aquello de la atracción hacia lo prohibido; ha hecho que su suministro sea más barato, más fácil, y más accesible que nunca; ha hecho que las instituciones encargadas de su control y represión se corrompan y, lo que es peor, se conviertan en los administradores del negocio; ha incrementado las pandillas barriales, que se alimentan de jóvenes desempleados que han descubierto la forma de ganar dinero para alimentar a sus familias, y a la vez de ser “líderes cool” en sus barrios; ha empeorado las condiciones económicas, pues todo un torrente de dinero en efectivo está circulando sin control alguno; y, entre otras muchas más, ha brutalizado las conciencias, insensibilizándolas ante los dependientes de una patología médica, estigmatizando al consumidor.
Los últimos casos, como los sucedidos con el supuesto sicario “Cacón”, con “El Muerto”, con la foto en la prensa de una pandilla armada estilo “Yihadistas”, con las declaraciones del jefe de la Policía Nacional sobre “Cacón”, y con las perlas de las declaraciones, de hace un par de años, ante la Fiscalía, de Sobeida, sin que se haya investigado, ni llevado a declarar a personajes tan importantes como el presidente del principal partido de la oposición, y a altos jefes militares y policiales, es casi como un resumen de hasta dónde hemos llegado con el negocio de la ilegalización de algunas drogas, sin que la sociedad reaccione poniéndole un fin a esa locura.
El triunfo de los maleantes se debe sobre todo a la pasividad, al silencio y a la cobardía de la mayoría de la población, algo parecido a lo que sucedió con los alemanes durante la verborrea de Hitler, o con los cubanos con Fidel Castro. Los grupos dirigentes o con capacidad de hacer cosas no están haciendo su trabajo, se están desentendiendo de su obligación, como si a ellos no les vendrá el problema nunca; pues no, ellos son los que más tendrán que perder si se desentienden del país en que viven, hacen dinero, y quieren que sus hijos vivan.
¿Cuánto dinero y vidas nos está costando la supuesta lucha contra las drogas? Al contribuyente le cuesta una cifra incalculable, el costo económico, sanitario y social no se puede valorar, va más allá de cálculos fríos, es la sociedad entera la que se está yendo por el sumidero. Cuando Sobeida dijo “…nos fuimos a descansar a la villa de La Romana…” decía con ello: esta sociedad ya está jodida.