Las lágrimas son el mar de todas nuestras debilidades, frustraciones, tristezas, desengaños, desencantos, penas, decepciones, soledad… Siempre están presentes en las despedidas, junto a un adiós doloroso, pero muchas veces necesario. Son signos de dolor, de olvido, de desdén y del desamor que recibimos de quienes más amamos, en la mayoría de los casos sin razón.
Pero también afloran cuando nacen las esperanzas, las ilusiones, los anhelos, los sueños, cuando llega a nuestra vida aquello que esperábamos. Lloramos por miedo a los nuevos comienzos, cuando tenemos que resignarnos y aceptar lo que nos toca, que muchas veces no es solo lo que no queremos, sino lo que más detestamos.
Por la razón que salgan de nuestros ojos, la sensación de alivio que producen al correr por las mejillas, siempre justificará el hecho de su existencia.
Dejarlas salir de vez en cuando, nos renueva y fortalece, aunque a algunos nos endurece, pero mientras no crea una corteza lo suficientemente fuerte, el ser humano queda expuesto a la rudeza de un mundo cada vez más indolente, cruel y despiadado, un modelo de vida al que se ajustan más personas cada día. Llorar no es malo, es un ejercicio reparador, las lágrimas limpian el alma, se llevan parte del dolor, la amargura, la tristeza y el coraje que producen los constantes intentos por humillarnos, ofendernos y lastimarnos con indiferencia o malos tratos.
Llorar hace bien, y es que las causas que provocan el llanto no siempre son malas, aunque son las malas acciones las que producen las lágrimas amargas, esas que derramamos a escondidas. Las otras, las de alegría, las de emoción, las de sorpresa, casi siempre se conjugan con una sonrisa y las exhibimos con orgullo y satisfacción.
Llorar de soledad y tristeza nos hace valorar las pocas alegrías y nos invita a saborear la dulzura de cada sonrisa. Llorar de tristeza, producida por las malas acciones de otros, nos hará valorar el afecto y cariño de aquellos a quienes, muchas veces, ni tomamos en cuenta y que sin embargo, tienen mucho que aportarnos. Nos hará agradecer y devolver cada sonrisa que nos regalen otros, sin esperar más de nosotros que un mínimo de atención.