El Islam, hijo bastardo del cristianismo, ha engendrado en muchos árabes un odio ancestral a todo lo que huela a libertad, respeto al individuo, a Occidente. La mayor expresión a todo esto está claramente identificada en el antiamericanismo. Hacer ver a los Estados Unidos de América como el demonio. Pero va más allá, también el odio a las mujeres, a Israel. El islam que nació 620 años después del cristianismo y basado en éste, que a su vez nació del judaísmo.
A ese odio se inscriben los “progres” que se quedaron en la siniestra, una especie suicida. Un suicidio occidental asistido por intereses que no saben reconocer los suicidas. Todo lo que les huela a USA les huele a azufre, como le dijera el grotesco Chávez a George Bush en las Naciones Unidas.
Preferir al presidente Iraní, a Hamas o al Estado Islámico (ISIS) y su demoníaco sistema en lugar de Francia, Inglaterra o Estados Unidos de América, es demencial.
Roma cayó como imperio cuando los Bárbaros tuvieron más fe que los romanos. Cuando los romanos dejaron de hacer lo que tenían que hacer y dejaron que otros hicieran por ellos. Cuando los poderosos romanos se olvidaron que los gobernados también existían.
Estas ideas están representadas en una exposición en el museo Capitolino en Roma, allí se presentan más de 200 obras que reflejan un periodo de turbulencias, de un mundo en cambio que hizo caer las propuestas originales del sistema y cultura de la Roma y casi de todo occidente. Hoy vemos, casi como anécdota, cómo los islamistas destruyen Palmira, Siria o cualquier vestigio de cultura que encuentren a su paso. Verlo como anécdota, como noticia que le sucede a otros es señal de decadencia.
Grecia, Roma y el judeo-cristianismo son nuestra cultura y la fe de la gran mayoría de nosotros. Esa cultura y esa fe están siendo bombardeadas en muchos flancos, no sólo por el Islam; pero es éste último quien con más espectáculo de terror degüella hombres y destruye el patrimonio cultural de la humanidad. Hay una guerra declarada y nos encuentra en mal momento. Mal gobernados y sin fe.
“¿Me veré obligado a mendigar?”, “¿Cobraré mi sueldo?” o “¿me convertiré en esclavo?”, preguntas frecuentes que hacían los romanos de esa época a sus oráculos y pitonisas. Angustias que también hoy aterrorizan a millones y millones de occidentales abrumados por gobiernos e ideas que se han enroscado en sí mismos y se han olvidado del hombre, del ser humano para quien deben crear y dar riquezas materiales y espirituales. Estamos en una nueva edad de angustias. En una crisis permanente. Como la que vivió Roma antes de caer.