El llegar a Kyoto ya ofrece un ambiente diferente al rápido y ruidoso movimiento de la gran metrópolis. Sus calles te llevan siglos atrás, cuando Asia labraba su desarrollo mientras América aun estaba en las sombras. No importa si el tiempo te impide visitar todos los templos que quisieras, el simple hecho de caminar por sus antiquísimas calles es de por sí una aventura que merece la pena.
Una de las mejores experiencias es comer o cenar en un restaurante al antiguo estilo japonés, sentados en tatami, con las puertas corredizas, su verde patio y un agradable olor a incienso. Aquí puedes comer el obento, que consiste en una comida que al llegar ya está preparada en una caja y contiene diferentes bocadillos elaborados con mariscos, pero con una característica especial, en este almuerzo debe de haber algo crudo, cocido, frito y horneado, todo por separado, también incluye sopa de mijo, té verde, arroz y verduras diversas.
¿Para visitar?, pues sí hay un lugar en donde cada día podrás visitar algo diferente, ese es Kyoto, que durante muchos siglos fue la capital de Japón y hoy es patrimonio de la humanidad, por sus abundantes castillos y templos.
Entre los que no pueden faltar está el famosísimo pabellón Kinkakuji o “Pabellón de oro” y ese nombre no es una exageración, en verdad está cubierto del preciado material. El pabellón original fue construido en 1397, para resguardar las reliquias sagradas de Buda, pero en 1950 un monje fanático lo quemó, y fue reconstruido en 1955.
Otro que no puede faltar es el Ryoanji, un templo del Zen al noroeste de Kyoto, para ilustrarlos mejor, el que sale en las películas que involucran al Japón antiguo.
La razón para que todos los ojos se dirijan a él es su jardín, que no consiste en nada más que rocas, musgo y la grava cuidadosamente rastrillada. Para muchos su significado puede ser totalmente desconocido, para otros es inspiración y existen quienes solo quieren comprobar si a pesar de tener 15 rocas es cierto que nadie logra contar exactamente ese número.
El paseo también arrastra a la belleza de todo Kyoto visto desde las alturas de Kiyomizudera o “Templo del agua pura”. Su nombre no miente, miles de visitantes van hasta él para beber de su agua, que es uno de los elementos más bellos de esta reliquia. Su edad data del año 780 y posee una de las terrazas más hermosas y visitadas.
Es injusto viajar tan lejos y no detenerse en el castillo de Nijo, que era la residencia del shogún en Kyoto. Este lugar sobrevive en su forma original y es famoso por su arquitectura de momoyama, que son puertas deslizantes adornadas, además de pisos que chirrían cuando alguien camina en ellos, para seguridad contra intrusos.
En medio de la tradición
A pesar de que muchos se opusieron a que se construyera en este patrimonio un tan ambicioso proyecto como el que se perfilaba para la estación central, la monumental obra fue realizada y al final fue acogida por todos. La modernidad de esta estación tiene una arquitectura impresionante y que provoca contraste con lo tradicional de la fachada local.
Fue abierta al público en 1997 y está parada en contraste perfecto con la imagen que tienen muchos turistas extranjeros de Kyoto como la capital del Japón tradicional. Un almacén grande, un hotel, un teatro, un centro de juego, una alameda de compras, las oficinas gubernamentales, los varios restaurantes se pueden encontrar en sus 15 pisos. De igual forma, sus escalinatas son aprovechadas como anfiteatro, para la presentación de conciertos.
La naturaleza de Kyoto teñida de rojo
Japón vive cada una de sus estaciones, Kyoto no tiene una época específica para ir. Sin embargo, los japoneses adoran ir en otoño por el cambio de color. Tienen razón para hacerlo, durante esta estación las hojas abandonan su verde y se tiñen de rojo total, como también lo hace su comida, para cubrir tanta sobriedad.