A continuación sus palabras en la conmemoración del 40 aniversario de la fundación de El País:
Majestades, autoridades, amigas y amigos
En primer lugar, muchas gracias a todos por venir. Muchas gracias a don Felipe y doña Letizia por aceptar presidir este acto. Un agradecimiento muy especial también a quienes llegan del otro lado del Atlántico y desde diversos países de Europa y Asia para asistir a lo que es en realidad una fiesta de cumpleaños que queremos celebrar, como corresponde, con la familia. O con una representación amplia de la misma, ya que se cuentan por millones los lectores de El País, verdaderos protagonistas de esta conmemoración.
Es ya una cita clásica en los ensayos sobre periodismo el famoso aforisma de Thomas Jefferson cuando señalaba que puesto que su gobierno se fundaba sobre la opinión pública, entre tener un gobierno sin periódicos o periódicos sin gobierno prefería esto último. Por lo que se ve los españoles, o sus líderes políticos, también piensan lo mismo, al menos por el momento; y a falta de los acuerdos para superar con éxito la investidura de un nuevo presidente, podemos hoy mostrar una variadísima gama de órganos de opinión de toda clase de ideologías, credos y calidades, lo que habla mucho y bien del ejercicio de la libertad de expresión en nuestro país, del pluralismo de nuestra sociedad y de la conciencia democrática de la ciudadanía.
Hace cuarenta años, un grupo reducido de españoles coincidimos en la común iniciativa de fundar un diario que recuperara la gran tradición de la prensa española, agostada por la dictadura durante cuatro décadas. La aventura, promovida por nuestro primer presidente, José Ortega Spottorno, y vigorosamente secundada por quien le sucediera, Jesús Polanco, coincidió con el inicio de un nuevo régimen político que ha dado a luz, en el marco de la monarquía parlamentaria, el período más prolongado y próspero de una convivencia democrática en toda la historia de nuestro país. De entonces acá España ha experimentado grandes transformaciones, fruto del esfuerzo colectivo de nuestro pueblo y del consenso generalizado en torno a la Constitución de 1978, sobre la que se ha edificado una estructura institucional que hoy necesita a ojos vista un reforzamiento y determinadas reformas que garanticen su continuidad. Pero los defectos coyunturales que se perciben no empañan en absoluto el valor fundamental de su existencia, garantía jurídica y política de la libertad de nuestros ciudadanos. Desde su nacimiento El País contribuyó, incluso acaloradamente, al debate sobre esta carta magna de nuestra convivencia y cuantas veces se ha visto amenazada por la violencia sectaria e irracional del golpismo o del terrorismo, nuestro periódico no ha dudado en alinearse con la defensa de los valores por ella representados, irrenunciables para nosotros. No duden nuestros lectores de que esa seguirá siendo nuestra actitud cuantas veces la ocasión lo requiera y frente a cualesquiera que fueren los enemigos de la libertad.
Desde un principio, en los albores de una Transición todavía incierta, apostamos por una España democrática que reconociera la diversidad territorial, identitaria y cultural de cuantos la integramos, sin menoscabo de la unidad de un Estado que cuenta con cientos de años de existencia. Impulsamos y aplaudimos la incorporación a Europa y hemos trabajado constante y machaconamente por el hermanamiento cultural de nuestro país con las repúblicas de la América hispana y de toda la América Latina. El País constituyó así un esfuerzo por dotar a la sociedad española, primero, y a la entera comunidad hispanohablante después, de un medio de comunicación comprometido con los valores clásicos de la democracia y el ejercicio de las libertades. Como en los programas de televisión, me atrevería a decir: “prueba superada”. Pero nos hallamos ante un permanente desafío y es imposible bajar la guardia dados los riesgos y amenazas que hemos tenido que superar en el pasado reciente cuantos nos dedicamos a este oficio singular del periodismo.
Les ahorraré la enumeración de los padecimientos y retos que hoy se yerguen frente a quienes tratamos de contribuir a la elaboración de una opinión pública solvente y responsable, base inevitable de toda democracia. Joseph Pulitzer, en una frase que he tenido ocasión de recordar durante estos días, señalaba que cuando los medios de prensa de una sociedad determinada son cínicos, mercenarios y demagógicos, esas serán también las características de su opinión pública, que se trasladarán inevitablemente al cuerpo electoral. Por eso necesitamos medios y profesionales críticos, independientes y democráticos, capaces de oponerse a los abusos del poder, de cualquier poder, y de orientar a la ciudadanía, especialmente en horas tan confusas como las que en este momento se viven en muchos de nuestros países. Ese es el propósito de nuestro periódico, de los profesionales que lo construyen día a día y de muchos otros que ejercen valerosamente su oficio, en medio de amenazas y obstáculos casi inimaginables. A ese periodismo queremos homenajear hoy, a los periodistas que contra viento y marea, arriesgando su vida, su hacienda y su libertad muchas veces, ejercen su cometido conscientes de su responsabilidad y del servicio que prestan a las sociedades a las que se dirigen. Y permítanme que distinga en representación de todos ellos a Adam Michnik, cuya contribución a la implantación y desarrollo de la democracia en Polonia, tras décadas de dictadura comunista, es un ejemplo admirable.
Los premios Ortega y Gasset son un reconocimiento a la excelencia profesional puesta al servicio de los valores democráticos. Esos mismos principios alumbraron el nacimiento de nuestro diario hace cuarenta años y han de iluminar su andadura en el futuro, que se beneficia ya de las nuevas técnicas de comunicación entre los ciudadanos. Frente a quienes se preguntan por el porvenir del periodismo impreso e inciden machaconamente en el debate sobre el producto papel, he puesto siempre de relieve la necesidad de preguntarse más bien por el futuro del periodismo a secas y del oficio del periodista. Una profesión sin cuyo ejercicio libre e independiente es impensable la democracia y el disfrute de las libertades. Por eso renunciamos a toda nostalgia. El mundo actual es demasiado grande como para sumergirnos en ella. Un viejo proverbio árabe dice que hay cuatro cosas que nunca vuelven más: una bala disparada, una palabra dada, un tiempo finiquitado y una ocasión desaprovechada. De ninguna manera vamos a perder por eso la nuestra. Saberes y disciplinas antaño diferentes, separados por fronteras infranqueables, se entremezclan y revuelven hoy, por mor de las tecnologías digitales, en un escenario repleto de paradojas y contradicciones. El canon ha sido destruido y es plausible que en este nuevo mundo no exista canon alguno al menos durante muchos años. La expansión de este universo recién descubierto permite por lo mismo que los sueños proliferen. También los nuestros, que nos llevan al convencimiento de que los próximos cuarenta años mejorarán la realidad de estas últimas cuatro décadas, que hoy conmemoramos.
Las sociedades desarrolladas se han vuelto temerosas. Proliferan los reclamos de identidad, (lingüísticos, culturales, religiosos, políticos), se exalta el nacionalismo étnico, se incrementa la xenofobia y el miedo y el rechazo al otro. Algunos piensan que su miedo está justificado por los ataques letales y masivos del fundamentalismo de toda laya, se sienten injustamente amenazados y reclaman medidas que les tranquilicen, aun a costa de sacrificar sus libertades. Frente al eslogan de los huérfanos de Mayo del 68, protagonistas en gran medida de nuestra Transición política, que declaraba “prohibido prohibir”, no son pocos los líderes sociales que buscan el apoyo popular bajo el lema, más o menos confesado, de “prohibido permitir”.
Los hoy premiados aquí constituyen un buen ejemplo de cómo ejercer la resistencia frente esta deriva autoritaria; frente a toda censura, frente a toda demagogia, frente a toda ignorancia. A ellos mi felicitación más efusiva, mi agradecimiento por su ejemplo y dedicación a una profesión que es también la mía y el aprecio de todos cuantos creemos en la libertad de expresión como un pilar irrenunciable de nuestras democracias.