En una ocasión, Moliere dijo: “Los hombres son iguales en sus promesas, solamente difieren en sus actos”, y es que tus palabras te exponen, pero tus actos te definen. Hoy vemos que los verdaderos hombres ya no se conocen sólo por sus logros, se conocen por el sabor de sus frutos, porque su integridad pesa más que el oro.
En su interior poseen la fe, de que el bien triunfa cuando se pone todo de sí para lograrlo. Exhiben carácter, fidelidad a Dios y buena conciencia; saben que el mal está lamiendo sus zapatos, pero que el bien dominará en cada pisada firme. ¡Son responsables de traer el cielo a la tierra, luego que la presencia de Dios desborde sus corazones!