Las personas, personalidades y funcionarios de países como República Dominicana gastan mucha energía hablando sobre la necesidad de leyes, reformas, incluidas las del género constitucional, para impulsar el progreso, en particular, el avance institucional.
Y no solamente hablamos, también proponemos, creamos, presentamos al Congreso y hasta aprobamos cotidianamente toda esa papelería.
Podemos reunir un extraordinario volumen de documentos que muestran la afirmación anterior. Con el mismo podría formarse una montaña tan alta como el Pico Duarte, y no exageramos. Normalmente, ese esfuerzo, porque en realidad es un enorme ejercicio, va al zafacón del olvido.
Ni siquiera las reformas constitucionales, con todo y el espíritu de las letras escritas en blanco y negro se cumplen a plenitud. Nadie puede olvidar aquella lapidaria expresión del presidente Joaquín Balaguer: la Constitución no es más que un pedazo de papel.
Lo que decimos podría aparentar que se inspira en la experiencia de la gestión pública, pero igual esa conducta, esa forma de comportarse, también está entronizada en el sector privado, siempre muy llamado a ver fallas en la administración del Estado, pero suele comportarse con parámetros parecidos a los de quienes ejercen el poder público.
Es parte del ser dominicano, que gusta manejar los asuntos a conveniencia, sin respetar normas y jerarquías y hasta leyes, en atención a intereses particulares. Retener los cambios para armar las cosas desde perspectivas clientelares o de protección de vinculados, sin reparar en los daños que les causan a empresas e instituciones.
Mientras no trabajemos seriamente para erradicar ese proceder, nos será muy difícil conseguir las metas. Seguiremos haciendo formulaciones, identificando formas y proyectos para avanzar, pero con pobres resultados.
Es tiempo de dar respuestas diferentes. No basta con la profesión de fe en lo que hacemos, sino de que nuestras actuaciones se correspondan sincera y honestamente con nuestra prédica. Que las resoluciones, acuerdos, normas y leyes establecidas sean acatadas por todos. Y no pretender modificarlas por conveniencia de ocasión. Es la única forma de fortalecer las instituciones, y progresar.