Más de 80,000 empresas eligen tres islitas del Caribe para domiciliarse y poseer activos por 1.4 billones de dólares. Las eligen porque allí no se les exige pagar impuestos. Y gracias a este boyante negocio, sus habitantes viven como ricos.
Gran Caimán en el Caribe y muchos otros como Suiza y Luxemburgo, se conocen como “paraísos fiscales”: centros financieros “amigables”, donde se ofrece todo tipo de asesorías y se fomenta la estabilidad política (obviamente nadie invierte donde los golpes de Estado son continuos).
Los paraísos fiscales son muy respetuosos del secreto bancario. No suministran información sobre los titulares, salvo evidencia de vínculos con el terrorismo o narcotráfico. Se les ha llamado “lugares soleados para gente sombría”, por la suspicacia que despiertan.
Pero no necesariamente esconden dinero malhabido. Son también el refugio del dinero honesto que huye de regímenes dictatoriales y represivos. Y del patrimonio de familias que han trabajado muy duro y defienden sus esfuerzos de un gobierno voraz.
Gran parte de la campaña en su contra proviene de gobiernos que los detestan, porque al hacerles la competencia, limitan su poder de confiscación. Si no fuese por su existencia, los estados serían más abusivos.
Invertir en estos lugares tiene sus riesgos y complicaciones. Pero si un país los asfixia con impuestos y cargas, sus ciudadanos incurrirán en esos costos. Cada día que pasa les resultará más fácil, gracias al internet y a una mayor apertura a montos pequeños.
A pesar de los ataques que reciben y las regulaciones que se les imponen, los paraísos fiscales son cada vez más fuertes. Manejan el equivalente a la producción anual de Estados Unidos y Japón. ¡Imposible ya desmantelarlos!
Tiene razón entonces Daniel Lacalle cuando recomienda a los gobiernos controlar su voracidad, dejar de ser los “infiernos fiscales” que son y ponerse a competir con los paraísos. Acercándoseles en condiciones, dejarían de estar espantando capitales y hasta podrían pagar sus deudas.
Al ritmo que van las cosas, no les va quedando más remedio que hacerle caso.