A pesar de que el rol y la importancia que se le otorga al sector industrial en el proceso de transformación de la economía hacia una que genere bienestar ha cambiado a lo largo de las últimas décadas, éste continúa ocupando un lugar central. En el pasado, la industrialización era vista como el camino ineludible para avanzar hacia la modernización económica, y el incremento en la productividad, el ingreso y el consumo. Generalmente, este proceso se medía con indicadores tradicionales tales como el aumento en el stock de maquinaria y equipo, el incremento en el peso de la producción industrial en el PIB y el aumento de la participación del empleo en el sector en el empleo total. La experiencia de transformación de la mayoría de las que hoy son las economías de ingreso alto como Estados Unidos y varios países de Europa Occidental jugó un papel crucial en establecer el estándar para medir ese proceso. En décadas recientes, la experiencia de industrialización de los países del Sudeste de Asia, la de Corea del Sur en particular, reforzó esta idea.
No obstante, una mirada más detenida a la experiencia de muchos otros países pone en duda que este tipo de indicadores sea suficiente para constatar la ocurrencia de transformaciones deseables. Por un lado, no pocos países en desarrollo han visto incrementar notablemente el peso de su sector industrial en la economía y el de sus exportaciones manufactureras en las exportaciones totales sin que se haya advertido que, efectivamente, el ingreso per cápita, los salarios reales, los niveles de protección social, y la productividad hayan dado saltos significativos, y que la distancia que les separa de las economías de mayor ingreso se haya reducido. En la región, probablemente el caso más notable de industrialización sin desarrollo humano es México.
Por otro lado, en muchas experiencias exitosas de cambios económicos cualitativos que han implicado mayor bienestar general, el peso del sector industrial, medido en valor de la producción y de empleos, ha declinado, y se ha incrementado el peso y la diversificación del sector servicios.
De allí que evaluar los cambios que ha experimentado el sector industrial, y su impacto y el rol que juega en el conjunto de la producción amerita algo más que el tipo de indicadores arriba mencionados. En particular, dos cuestiones merecen especial atención. La primera es la evolución de la naturaleza de los procesos industriales, en particular el grado de complejidad tecnológica de éstos. Mucha de la explicación de los casos de industrialización sin desarrollo humano reside en el hecho de que el crecimiento de la producción manufacturera se ha limitado a actividades de bajo contenido tecnológico, demanda de fuerza de trabajo poco calificada y bajas remuneraciones. Aunque esta etapa pudiera considerarse como una primera fase de un cambio más profundo de largo plazo, no en pocos países los avances en esa dirección quedaron truncados. Ejemplos notables de eso son las economías de Centroamérica, las más grandes del Caribe, y México. En este último caso, aunque ha habido sofisticación industrial, su alcance ha sido limitado.
En ese sentido, cuando en el pasado se proponía industrializar, en el fondo el objetivo era incorporar conocimiento a los procesos productivos y aumentar la productividad. La industria era, en ese momento, el medio principal, pero no el fin.
La segunda cuestión es el grado de vinculación de las actividades industriales con el resto de la economía. Esto incluye tanto las relaciones inter-industriales, es decir, la articulación productiva entre actividades industriales diversas, como la demanda de servicios múltiples por parte del sector. Esa demanda debe ocurrir no sólo en la pos-producción como la distribución, el mercadeo y la publicidad y las ventas, sino en la pre-producción (por ejemplo, diseño), y en la producción misma a través, por ejemplo, de los servicios de supervisión y control, vigilancia de la calidad. Ni hablar de los ya bien conocidos y deseados vínculos entre la agricultura y la industria, y la conformación de cadenas agroindustriales. En la medida en que las relaciones de las actividades industriales con ellas mismas y con otras actividades sean más densas, menos importa si los pesos del empleo y de la producción industrial son mayores o menores, porque cualquiera que éstos sean, las implicaciones de su funcionamiento les transcienden.
Por lo anterior, cuando hablamos de un proceso de industrialización, debemos pensar más que nada en uno de creciente complejización tecnológica y sofisticación productiva, y de vínculos densos entre las empresas industriales y entre estas y otras de actividades distintas.
Recientemente, PROINDUSTRIA lanzó el Informe sobre la Industria Manufacturera Dominicana, Año 2015, un valioso primer intento por recoger y publicar estadísticas específicas del sector generadas por otros entes estatales o de fuentes internacionales. En adición a los indicadores tradicionales de desempeño industrial como la participación del sector en el PIB y en el empleo formal e informal, y la evolución de las remuneraciones laborales, incluye otros elaborados por organismos internacionales que procuran dar cuenta del grado de sofisticación tecnológica de las exportaciones manufactureras, los procesos de innovación, el grado de complejidad económica del país, y el nivel competitividad.
Una síntesis de la evidencia recolectada indica que el sector continúa teniendo un pobre desempeño, lo que compromete todo el proceso de cambio productivo y tecnológico. Una síntesis de los puntos más relevantes es la siguiente. Primero, la participación de la producción y el empleo de la industria se ha mantenido estable en los últimos años. Esto incluye a las industrias de zonas francas. No obstante, hay que indicar que, a largo plazo, esos pesos han declinado notablemente, lo que significa que la producción y el empleo industriales han crecido más lentamente en el sector industrial que en el resto de la economía.
Segundo, la elaboración de productos alimenticios, bebidas y productos de tabaco, actividades esencialmente de manufactura ligera, tiene un peso muy elevado en la producción manufacturera nacional (sin contar zonas francas). En 2015 fue de poco más 50%, lo que apunta a que se trata de un sector relativamente poco diversificado.
Tercero, el empleo en el sector es mayoritariamente formal, con 71% del total en 2015. La escala de la producción y los requerimientos de formalización de los canales de comercialización (p.e. tratamiento impositivo) pudieran estar jugando un rol determinante en esto.
Cuarto, las exportaciones de manufacturas nacionales en los últimos años no han sido dinámicas. En 2015 cerraron en unos 2,100 millones de dólares, casi lo mismo que en 2010. Así como el mercado de Haití jugó un rol muy importante en su expansión hasta 2012, las restricciones recientes las han hecho retroceder. El resultado ha sido que desde 2010 hasta 2015 se ha observado un declive de la participación de las manufacturas nacionales en las exportaciones totales. Las de zonas francas han crecido de forma más sostenida.
Quinto, las exportaciones manufactureras nacionales son muy diversas y están poco concentradas.
Sexto, aunque el peso de las exportaciones de manufacturas con bajo contenido tecnológico en las totales ha declinado, éstas y las basadas en recursos naturales continúan siendo dominantes, mientras aquellas con contenido tecnológico alto continúan teniendo un peso reducido.
Y séptimo, los índices globales de innovación, Doing Business, de complejidad económica y de competitividad muestran resultados mixtos. En algunos casos hay avances moderados, y en otros persisten brechas grandes respecto a lo esperable para un país como la República Dominicana. Los problemas que enfrenta el sector industrial parecen mucho más profundos que una cuestión de costos. De allí que el esfuerzo principal para su transformación no debería recaer en los temas laborales o impositivos sino en aquellos que limitan o tienen la capacidad para potenciar el cambio tecnológico. Hay que enfocarse en lo importante: la productividad, el aprendizaje, el escalamiento tecnológico y la calidad.