Mayo del 68, es un término de gran éxito mediático, pero no lo es como hecho trascendente históricamente.Lo cambiable ya estaba cambiado. No es lo mismo una revuelta que una revolución. Los años 60 en Francia -al igual que en todo occidente- fueron años de calenturas culturales politizadas. El decenio vio la aceleración del éxodo rural y el surgimiento de una sociedad de consumo, idealizada por los nuevos genios de la publicidad tipo Don Draper.
Eran tiempos de rechazo a las guerras convencionales, pero de apoyo a las guerrillas tipo “cubana”, idealizadas por la propaganda izquierdista, tan exitosa como las publicitarias de Madison avenue. El prestigio de intelectuales, Sartre o la Beauvoir, y de aventureros armados, como Che Guevara y Castro, cercanos al marxismo, al existencialismo o al estructuralismo, pero no necesariamente afines entre sí, eran los iconos a imitar o, preferiblemente, a citar en mítines y discursos de cafés. Reformar la realidad en forma de deseo. Manifiestos irónicos y escasamente ideológicos. Respiraban aires de privilegios y engreimientos.
Nuestra era, la de Internet, está generalizando una cultura de masas urbanas con pantallas digitales. Una nueva forma de degeneración física del cuerpo humano; pero que calienta los cerebros y multiplica un incidente aislado millones de veces, en millones de pantallas. Una manifestación de varias decenas de personas se puede convertir en una pesadilla para un gobierno cuando las fotos y los teléfonos inteligentes están en los sitios correctos. El sentimiento de rechazo hacia la policía antidisturbios se generaliza con la exposición amañada y casi en exclusiva de los actos violentos de los policías cuando intentan contrarrestar los actos violentísimos de los manifestantes.
La primavera árabe, aquellos que se manifiestan en Turquía, Marruecos o Túnez, no tiene nada en común con los indignados en España o Brasil, salvo los teléfonos inteligentes. Los musulmanes no protestan para mejorar a los otros, protestan para hacerse las víctimas, primer intento para imponer su dogma, su pesadilla religiosa. Los indignados españoles o brasileños lo que quieren es empleos, que les devuelvan sus inversiones en acciones preferentes. La mayor parte de los participantes en las protestas occidentales no llegan a plantearse la toma del poder, ni la insurrección abierta contra el Estado. La magnitud de las protestas no son previstas por los gobiernos, porque están convencidos que las redes sociales en Internet no tienen capacidad de movilizar grandes masas. Y los partidos de oposición tampoco quieren tomar seriamente esas manifestaciones; porque también es contra ellos que protestan.