El respaldo de la Iglesia al “paquetazo” tributario, bajo el pretexto de que era la única opción para resolver la crisis dejada por la administración del propio partido gobernante, ofende y hiere mis sentimientos como católico.
La brutal oleada impositiva contenida en esta reforma, aprobada y promulgada al vapor, golpeará salvajemente a las clases media y pobre. De manera que si a la Iglesia realmente le preocupara el bienestar de su feligresía y la del resto de los dominicanos, coherente con su discurso debió entregar el sacrificio que le pide a la población, renunciando a sus privilegios, heredados de un anacrónico Concordato, que la sitúa en ventaja, como una confesión oficial, en un país con una Constitución que supuestamente garantiza la igualdad de credos y la libertad religiosa.
Igual puede decirse de los legisladores que tan alegremente sancionaron el proyecto, con el cual se obliga a los contribuyentes a pagar el precio del despilfarro del presidente Leonel Fernández, sin que su sucesor, Danilo Medina, haya movido un dedo para promover una salida justa, reduciendo el excesivo e improductivo gasto público que nos condujo al laberinto en que nos encontramos. Como representantes que dicen ser del pueblo dominicano, su deber fue renunciar concomitantemente a los ilegales privilegios auto-asignados, como son las exoneraciones de vehículos, los “barrilitos”, “cofrecitos”, y bonos navideños y de días de las madres, que suponen miles de millones de pesos al erario.
Con respecto a la posición de la Iglesia, extraña su decisión de alejarse con su silencio del sentimiento de su feligresía que demanda en calles y plazas una justa sanción para aquellos responsables de haber hecho uso desmedido y sin control del patrimonio público, condenando al país a la estrechez para permitir el derroche de un clan político corrupto e insensible.