Huchi Lora, por ejemplo

Es un atrevimiento desconcertante, pero común. En esta sociedad “fabulesca” los seres envilecidos y envilecedores no se conforman con presidir los caminos de las sombras. Buscan con afán el reconocimiento público que corre

Es un atrevimiento desconcertante, pero común. En esta sociedad “fabulesca” los seres envilecidos y envilecedores no se conforman con presidir los caminos de las sombras. Buscan con afán el reconocimiento público que corresponde a la virtud.   

El ladrón reclama para sí el título del generoso. El mediocre quiere desmontar las observaciones de la academia. Los manipuladores se erigen como voces sinceras y objetivas. Y quienes se especializan en hundir los principios fundamentales del colectivo insisten en presentarse como los imprescindibles libertadores de la patria. Los dominicanos, sin lugar a dudas, vivimos el tremendo “cambalache” descrito por Enrique Santos Discépolo en las letras de aquel tango inmortal. 

Sin embargo, para nuestro bien, para alimento de nuestras esperanzas, las generaciones emergentes todavía podemos distinguir en el escenario público a los hombres y mujeres de verdadera entereza, a quienes, sin importar las circunstancias, persiguen el imperio de la justicia y el bien general, esas dos hermosuras de la razón. 

Huchi Lora, por ejemplo, es uno de esos casos de clara y edificante trayectoria.

Los jóvenes periodistas podemos ver en él una actitud que trasciende la mera función comunicativa para colocarse en el plano de lo pedagógico. No asume las poses de la vanidad, ni rebusca en su amplio bagaje cultural las palabras domingueras tan frecuentes en las voces mercantiles de bajo vuelo.  Habla, y, cuando habla, monta sobre la palabra serena el debido argumento, el dato preciso.

Su exabrupto no es el de la soberbia ni el del pasador de facturas. Es la reacción del espíritu que se indigna ante la injusticia y el abuso de poder.

A Huchi Lora no se le notan las alteraciones del comunicador interesado en alimentar pasiones o aumentar audiencia (que suelen ser la misma cosa). Su práctica, insisto, más que comunicación parece hambre por enseñar, por despertar las conciencias que nuestra escuela rota, precaria y olvidada no ha podido despertar en la mayoría.

Desde la pantalla del televisor o por la radio podemos observar cómo demuestra que el periodismo sí debe parcializarse… a favor de la ley, de la ciencia, y de los más nobles principios de la vida en sociedad.

¿O acaso otro comunicador levantó más alto que él la bandera (o la sombrilla) del 4%? ¿Alguien puede acusarlo de faltar a la ética profesional o a la pluralidad de su público por ello? De ninguna manera. Frente a la injusticia evidente la ambigüedad es refugio del cómplice y del cobarde. Y Huchi es valiente, y claro. En su ejercicio se cumple la definición que una vez hiciera el maestro polaco Ryszard Kapuscinski en la obra “Los cínicos no sirven para este oficio”: para ser un buen periodista, ante todo, hay que ser un buen ser humano.

Por estas y otras tantas razones, el miércoles pasado Participación Ciudadana le hizo un reconocimiento público. Y yo, como ciudadano y periodista agradecido de su ejemplo, me sumo a la iniciativa. Siento que es justo y necesario, sobre todo ahora que los hijos de la penumbra intentan secuestrar hasta los laureles del decoro.

Invito a hacer lo mismo. Levantemos, reconozcamos, señalemos a viva voz, y por todos los medios posibles, a los hombres y mujeres que luchan a diario por hacer de sus hogares, de sus vecindarios, de sus espacios de trabajo y de toda la República Dominicana un lugar más justo, más digno.

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@jhonatanliriano

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