A sus 74 años, Hipólito Mejía corre en su última competencia por el poder. Con firme propósito trata de obtener la candidatura por el Partido Revolucionario Moderno (PRM)-Convergencia para batirse posteriormente con el candidato que escoja el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), la fuerza a vencer en esta coyuntura. Está ante una prueba difícil, como nunca antes. Para alcanzar su propósito tendrá que vencer muchos obstáculos.
En su afán, Mejía habría precipitado su lanzamiento para tratar de recuperar los espacios que venía perdiendo frente a su contendor Luis Abinader y por los sucesivos golpes que le han propinado antiguos aliados y consejeros. Algunos le han pedido que se retire y se dedique a “liderar” al PRM y La Convergencia para que termine su carrera con la dignidad de un ex presidente de la República.
Uno de los partidos que lo apoyó en las elecciones de 2012, el Humanista Dominicano, le dio un golpe poco caballeroso, al proclamar un domingo cualquiera como su candidato presidencial a Luis Abinader. Fue una jugada no sólo de Eléxido Paula, sino del propio proclamado, que aceptó en un concurrido acto. Fue quizás el detonante que obligó al destape de Mejía, que venía jugando a ganar tiempo mediante la postergación de la selección de la candidatura presidencial en el PRM.
Leonel en la mira
La campaña de Mejía por el poder se centra en Leonel Fernández. Parecería una obsesión, tanto que el pasado 20 de enero dijo en el programa Uno +Uno, entrevistado por Juan Bolívar Díaz, que de ser Danilo Medina el candidato del PLD, se iría a sembrar yuca a Gurabo, y que ahí terminaría su carrera política.
La declaración, tomada incluso por algunos de sus seguidores como una expresión de debilidad, vendría a confirmar su fijación personal contra Fernández. El diario El Nacional registraba el pasado 17 de febrero: “Se nota en Mejía desde el 2000 y en el 2012 cuando se enfrentó a Danilo, una actitud de tratamiento sin maltrato al hoy Presidente de la República, incluso declaró recientemente que si este fuera el candidato a la reelección, no se presentaría como aspirante”.
Concuerda con el trato que dispensa a Medina, con quien se ha encontrado públicamente en más de una ocasión, formal e informalmente, y al cual sólo lanza primores que se computan como aprobación a su obra de gobierno, que es también el gobierno del PLD.
Pero Mejía no hace concesiones a Fernández. Más bien lo estigmatiza como si fuera la más alta expresión del mal. Lo descalifica con fuertes términos, asociándolo a la corrupción y a la degeneración. En efecto, le dio pábulo a las acusaciones de Quirino Ernesto Castillo, reclamándole explicaciones e instando al Ministerio Púbico a actuar.
Sumar ese tipo de recurso a su repertorio, como hizo el presidente del PRM, Andrés Bautista y algunos de sus cercanos, concuerda con la naturaleza de sus ataques. Luis Abinader, ha sido más cauto, guardando distancia, obviamente calculada.
Una carrera de desaciertos
Después de la derrota de 2012, que se debió fundamentalmente a su administración durante la campaña, Mejía ha cometido errores que lo colocan en su actual posicionamiento. Pasadas las elecciones, estimulado por sus parciales, colocó a Miguel Vargas en el mismo lugar que le reservó a Fernández, ya como “protegido” o como “aliado”. Lo culpó de la derrota de 2012. Al mismo tiempo, y desde una línea frontal, le lanzó una campaña de descrédito de la que aún no se repone.
El propósito era recuperar el control del PRD. En ese empeño logró el apoyo de “figuras perredeístas”, pero fue errático al llegar al extremo de encabezar personalmente la turba que ocupó la casa nacional del PRD y expulsar con violencia a los seguidores de Vargas que pretendían sesionar como “comisión política”.
Fue la culminación de un proceso conspirativo para quedarse con los símbolos del perredeísmo histórico y la imagen de Peña Gómez. Pero Mejía y su equipo perdieron de vista varios factores institucionales que habían ocurrido, que fueron producto del Pacto de las Corbatas Azules que propiciaría la reforma constitucional de 2010, y con ella el surgimiento de varios organismos o instancias de gobernabilidad, como el Tribunal Superior Electoral (TSE), el Tribunal Constitucional (TC). Ese acuerdo también restauró la reelección presidencial alterna.
Como la reforma fue el resultado de un pacto político, de alguna manera algunos de sus efectos vendrían a influir a favor de los actores principales. Así, para recomponer la magistratura nacional, el régimen electoral y el control constitucional, necesariamente las fuerzas actuantes quedaron representadas. Fue uno de los aciertos de Vargas con la firma del Pacto de las Corbatas Azules. Si bien rehabilitó a Mejía y a Fernández, al menos el presidente del PRD se aseguró la representación en el TSE y en el TC.
Pero Mejía y sus seguidores siguieron actuando como si eso no hubiese sucedido. La lucha por el control del PRD había fracasado en la calle y cuerpo a cuerpo. Se precipitaba ante las nuevas instancias de poder.
Aunque Mejía logró desacreditar a Vargas y por extensión al PRD, su grupo no comprendió que también se deterioraban ellos mismos por los métodos utilizados para la acción política. Era más que perceptible que para derrotar a Miguel y recuperar el PRD la “lucha” tenía que desarrollarse en el seno de la organización; cohabitar con su presidente, respetarlo al menos en los planos formales y negociar la celebración pacífica de elecciones internas. Fue un proceso desacertado que desembocó en el PRM, al margen de un abordaje de construcción desde una perspectiva social que implicara la participación de la sociedad.
El otro blanco escogido, Leonel Fernández, sometido a una campaña de denuestos que no termina, primero de desfalco de las arcas del Estado mediante el enriquecimiento ilícito o mediante el famoso argumento del déficit fiscal y la movilización de colaterales con la celebración de mítines, marchas y hasta “juicios populares” en los que se emitían fuertes epítetos y descalificativos. Todo ese montaje se tradujo en una gradual recuperación de la figura de Fernández, que empezó a aparecer puntero en las encuestas.
El último cartuchazo en su contra ha sido el “Quirinazo”, con el cual Fernández ha sido colocado contra la pared; sus fuerzas en estado de shock, ya empezaron a reaccionar tras el manifiesto apoyo del presidente Medina a Fernández, y con él el comité político y diferentes sectores de la sociedad.
En lo inmediato, el Quirinazo, si bien ha provocado un daño enorme a Leonel, al mismo tiempo ha estimulado la cohesión del PLD, desató un gradual apoyo a la figura de Fernández y la comprensión de los peledeístas de las amenazas que lo acechan en su empeño en seguir en el poder.
Ahora, Abinader es el gran problema
Ahora Mejía tiene un tercer frente de batalla, en su propio campo. El grupo que abandonó el PRD o fue expulsado sobrevive en una muy frágil unidad que a ciencia cierta no logra mostrar vocación de cuerpo y gira o se mueve esencialmente enfocado hacia la toma del poder, lo que es un propósito razonable para cualquier fuerza política. Aunque aparentemente resolvió la gestión partidaria, su establecimiento en todo el país sigue siendo una tarea pendiente.
Mientras, los grupos de Abinader y de Mejía se enfrentan. Abinader empeñado en crecer después de su creencia de que recogería el fruto caído y se quedaría con la mata. De golpe está enfrentado a alguien que veía como un padre.
Hipólito y sus parciales, ansiosos de un retorno al poder, han decidido librar la que podría ser su última batalla política.
Mejía tendrá que derrotar a quien veía como hijo, que creció políticamente a su lado, el cual cedió la franquicia de su heredad política, la Alianza Social Demócrata (ASD), para despertar luego en una abierta confrontación que podría resultar desgarradora.
Abinader se enfrenta a una fortaleza amurallada por la experiencia, la reciedumbre de carácter, la voluntad, la determinación, la fuerza de un liderazgo popular, siempre acompañado del ángel de la “sonrisa del triunfo”, encarnado en la figura del expresidente, acompañado de un fuerte destacamento mayor formado en las grandes batallas del PRD. Con sus hombres y él mismo en la calle, Hipólito no resulta fácil de vencer.
Abinader: emplearse a fondo
Abinader tendrá que emplearse a fondo. Representa un liderazgo joven, fresco, caballeroso, aplaudido por parte de la sociedad civil, fuerte en las encuestas, que recoge alguna tradición política familiar, tendrá que imponerse por la fuerza de los votos. Tiene a su favor que apenas inicia su carrera presidencial. No ha sido tan hostil hacia Vargas como su compañero Mejía. Todas las puertas no están clausuradas y podrían darse algún mimo en la parte final de la carrera. Se trataron muy cortésmente en un acto en el CONEP.
Tiene por delante, más allá del 2016, una pista por recorrer. No tiene que desesperarse. La actual sería una batalla más. No se las juega todas.
Mejía: vencer o vencer
Pero Mejía se encuentra en la difícil situación de que tiene que vencer o vencer. Es su última campaña para la Presidencia de la República. En el 2020 tendría 79 años y habría pasado demasiado tiempo político en un país que corre a velocidad ultrasónica. Su lucha es de vida o muerte. No puede dejarse derrotar por un “pino nuevo” al que incluso ha subestimado. Un ex presidente de la República no puede darse ese lujo. Es una lucha en el plano moral. En su lógica y probablemente en la lógica del país, lo propio es que sea el “hombre convergente”, quien protagonizó la partida y cargó con los costos de la división. Lo menos que se le concedería sería la candidatura presidencial del PRM.
Por rango, por mérito y acción en el combate nadie debía discutirla, pero la fuerza emergente de Abinader es una gran amenaza. Vencerlo es su gran reto.
Perder de Abinader sería su muerte política.