Manuel llegó a Nueva York en 1993, trabajó como operario de un montacargas en una compañía de empaque de botellas de plástico, contrajo matrimonio con una californiana menor de edad y se radicó en Hastings, Pensilvania. Allí confrontó problemas con la ley por riñas y posesión ilegal de armas, que lo llevaron, primero, a una detención de más de un año que lo obligó a entregar en adopción a un recién nacido y, segundo, a una deportación voluntaria que en 2002 lo separó para siempre de su esposa y de sus otros dos niños que, al final, quedaron bajo protección estatal.
Como Manuel (nombre ficticio), miles de dominicanos deportados desde Estados Unidos confrontan el dolor de la desintegración de su núcleo familiar y entran a un círculo vicioso en el que sus niños llevan la peor carga. En los problemas sociales que confrontan los descendientes de estos inmigrantes para lograr movilidad social puso su atención Fénix Nikaurys Arias, directora de la División de Pruebas de Asuntos Académicos de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY, por sus siglas en inglés), quien realizó una investigación titulada “Abandonados: Hijos(as) de deportados en una sociedad bulímica”.
Arias, también profesora de Inmigración y Crimen y Estudios Étnicos en John Jay College of Criminal Justice, explica que su investigación se basa en “la metáfora de la bulimia, donde una sociedad traga más de lo que puede digerir y, por ende, el esófago social empieza a regurgitar los desechos sociales/humanos”.
En otras palabras, añade, “la sociedad se convierte en un rumiante. Al final expulsa lo no deseado. Ese tipo de sociedad se complica con la autofagia social… donde los individuos que residen ya en un ambiente tóxico, con un alto nivel de desempleo, un alto nivel de criminalidad, una calidad de educación paupérrima, y valores familiares distorsionados, corren el riesgo de convertirse en un desecho social/humano”.
Con miles de deportados y con alrededor de 1.4 millones de inmigrantes en territorio estadounidense, República Dominicana confronta con sensibilidad el tema. Según registros de la Dirección General de Migración, entre enero de 2006 y agosto del año pasado Estados Unidos repatrió a 18,057 inmigrantes criollos, 16,643 (el 92.61%) hombres.
El 43.95% de los deportados durante el citado período, equivalente a 7,937, estuvo vinculado a tráfico o consumo de drogas y el 35.67%, unos 6,442, eran indocumentados. Por homicidio fueron repatriadas 269 personas (1.48%); por asalto 934 (5.17%); por robo 914 (5.06%); por abuso sexual 325 (1.79%) y por fraude 480 (2.65%).
“Existen muchos deportados por delitos que no son criminales, como por ejemplo por escribir grafitis en las paredes”, asegura René Vicioso, quien creó la Fundación Bienvenido Seas para brindar apoyo a los que como él son repatriados de Estados Unidos y que como Manuel, que ahora tiene 49 años, padecen, además del desarraigo familiar y de la discriminación en su suelo patrio.
Estudio
Durante más de dos años, Arias contactó a 239 familias de las que 141 les habían comunicado a sus hijos que sus padres habían sido deportados hacia República Dominicana. “Se entrevistaron los niños de 16 a 22 años, pero de las 141 familias poco a poco se fueron retirando por temor, porque cuando los hijos informaban al padre aquí, en Santo Domingo, que iban a participar en una investigación la respuesta de ellos era no. No. No… De todo ése número me quedaron ocho familias, pero como el estudio era tan sensible, la universidad me permitió continuar con las ocho familias, con 24 niños”, explica la dominicana que estudió en el Hostos Community College, donde ganó una beca que la llevó a realizar la carrera de Sicología en Columbia University, y que luego cursó una Maestría en Asuntos Públicos en la CUNY.
Arias explica que una investigación del año pasado arroja que 33 mil niños estadounidenses sufrieron la deportación de sus padres. “Otro estudio dice que hay más de 133 mil niños hijos de deportados y otro, realizado por la organización La Raza, plantea que hay más de 500 mil niños en esta condición”.
En el caso dominicano no existen datos oficiales. “Una familia me refiere a la otra porque no hay datos… hay un estigma de criminal contra el deportado. La mayoría de los casos de deportados fueron por conspiración. Otros decían: ´mi papá vendía drogas y vivieron bien´. De las 141 familias, hay 52 que supieron cómo lavar el dinero y sus niños están muy bien económicamente”, dice.
Arias indica que de las ocho familias tuvo que retirar dos del estudio porque dos de los niños, uno de 21 años y otro de 18, fueron diagnosticados con esquizofrenia. “La esquizofrenia resulta porque mezclan medicamentos de depresión con alcohol, y más si eres varón. Si eres varón tiene más riesgo de la esquizofrenia si mezcla alcohol con pastillas de depresión. Y eso sí encontré en las 141 familias, que sus integrantes están clínicamente deprimidos, pero como con el seguro que tienen no califican para ver un siquiatra, no todos están bajo medicamentos, a lo cual se le atribuye más la depresión”.
El primer problema de la deportación se da con la desintegración familiar. Por lo general, los niños se ven obligados a permanecer con sus madres, que tienen que recurrir a varios empleos para suplir sus necesidades. A esto puede sumarse que, como el hombre repatriado tiene dificultades para emplearse en el país, la esposa tenga además que apoyarlo con el envío de remesas.
“Esas madres se ven forzadas a casarse nuevamente, a buscar una pareja. Una renta puede costar 1,500 dólares y no todo el mundo allá recibe ayuda estatal. Cuando la madre gana más de 30 mil dólares al año no recibe ayuda para comprar comida y sus niños están expuestos a una pobreza extrema”, sostiene Arias.
“Se le resta calidad a la vida del niño. Cuando llega de la escuela tiene que calentar la comida, quedarse en la casa, atender a los hermanitos, porque su madre tiene que cuidar a un niño ajeno o una casa, y luego tiene que irse a otro empleo… algunas hacen pasteles en la casa, otras se prostituyen y se convierten en dama de compañía…”, añade.
Sostiene que los niños, como la falta de padres los lleva a vivir en zonas de bajos ingresos y con servicios educativos y de salud precarios, tienen limitada las conexiones sociales que les permita una mayor movilidad. Explica que cuando iba a las escuelas a hablar con los maestros de los hijos de deportados, se daba cuenta de que los niños no cumplían con sus tareas, repetían cursos o participaban poco en clase. Dice que eran “completamente apáticos o inactivos en todo lo que se refiere a participación escolar, porque ya la escuela no es una prioridad, porque la casa se convierte en su prioridad”.
Una sociedad que incluye y excluye
Fénix Nikaurys Arias explica que su estudios se basa en la teoría “bulímica social”, de Jock Young, que “define un país bulímico cuando presenta un proceso mecánico dual de inclusión y exclusión; donde ambas condiciones suceden o se producen al mismo tiempo”.
También en la teoría de sociedad tóxica, donde los referentes sociales, como la educación, ingresos, participación moral y cívica, están muy por debajo de los valores ideales a que los niños deberían de estar expuestos a diario; y la teoría de desecho humano, de Zimunt Bauman, que explica que cada ciudadano tiene la capacidad de una movilidad social, siempre y cuando se le dé democráticamente el acceso a oportunidades educativas y laborales.
Ausencia del padre
René Vicioso
Presidente Fundación Bienvenido Seas
“Los hijos de los repatriados son víctimas, son unos deportados sin haber venido nunca al país, porque sufren la carencia de sus padres. Esos muchachos tienen problemas sicológicos, de adaptación en la escuela, tienen el problema de que no ven a sus padres y pueden ser futuros delicuentes”.