Todos sabemos que Europa y Estados Unidos viven un fin de época. Son sociedades que han estado involucionando con una huida hacia “adelante”; un adelante que no tiene punto de referencia, pues ha sido un constante ataque al pasado, como si de un conjuro se tratara, no para una revisión y adecuación profunda de lo que estaba mal y de lo que estaba bien. Atacar por atacar ha sido la estrategia del “progresismo”.
En Asia las cosas siempre han sido diferentes. El respeto al legado de los antepasados; la innovación desde lo que se tiene, para mejorarlo; el aprecio por el detalle; por el trabajo bien hecho, y sobre todo bien terminado; el orgullo por su cultura, su tierra, su religión, su país. Esas cosas que ahora los occidentales despreciamos como reaccionarias, demodé o anti-progresistas.
Entre RD y Taiwán se podrían hacer perspectivas comparativas, pero no caben en este texto. Taiwán es un clarísimo ejemplo de cómo hacer las cosas para que un país y sus gentes funcionen. Viniendo desde un pasado dificilísimo, un éxodo desde China Continental hasta una pequeña isla en el Estrecho de Formosa, al Este de China, han creado una nación modelo. Modelo en educación, tecnología, industria, comercio, distribución de la riqueza, sistema político y, calidad de gente.
La historia de la República de China -Taiwán- está ligada estrechamente a la historia del Kuomintang, KMT, el partido que luchó contra los emperadores, contra japoneses, y contra comunistas, y a favor de Taiwán. Algo raro en un partido político; en Occidente los partidos políticos sólo trabajan para su comité central.
Desde Chiang Kai-shek hasta Ma Ying-Jeou, el actual presidente, Taiwán ha dado una continuidad a su proceso de desarrollo sin importar quien dirija el gobierno en ese momento. Esa continuidad en mantener los proyectos hasta su terminación ha sido una de las bases del éxito de ese país. Ser un país creíble, confiable, requiere de gente creíble y confiable en la dirección del Estado y, en cada empresa privada, sin importar su tamaño. Eso son, para mí, los taiwaneses, gentes en quienes se puede confiar.
El conflicto que ha existido con la China Continental ha sido tratado de forma magistral a través del Consenso de 1992, de que hay una sola China, y que cada parte tiene su propia interpretación de lo que esto significa; eso es lo que se llama pragmatismo político genial. Taiwán ha mantenido sus principios, sus valores y su decisión de existir como una nación más entre las naciones. Los taiwaneses no tienen nada de tontos y han hecho del “Espíritu del 92” la plataforma perfecta para las relaciones políticas entre Taipei y Pekín.