Haití es un pueblo que está pasando por la historia sin objetivos, sólo con exigencias. Engendrado por grupos oportunistas, han creado un desastre perfecto. Su peculiaridad como nación ha sido la del tumbe y arrase, la del degüello al enemigo blanco o dominicano. Todo ser que no preserve su hábitat para generar descendencia es un ser biológicamente nulo. Es el fracaso del proceso evolutivo, lo que ha sido la estrategia de la clase alta y dirigente haitianas, que prefieren la mendicidad internacional al trabajo.
El análisis integral de la sentencia del Tribunal Constitucional, una sentencia con más de 145 páginas de doctrina y jurisprudencia constitucional, no ha sido hecho por aquellos que ni la han leído, y que sólo tienen la argumentación barata de acusarla de racista. Esa acusación de racismo es lo típico del que no tiene argumento válido, y trata de aparentar ser “humanitario y solidario”, sin entrar en el fondo de la cuestión. La sentencia no crea apátridas, ya que son las autoridades consulares haitianas las que deben dar la documentación, como lo hacen otros consulados con sus ciudadanos. Los hijos de haitianos en RD no son apátridas, son haitianos que no han ido a buscar su documentación en su consulado. Según la Constitución haitiana, Artículo 11, todos los nacidos de padre o madre haitianos son haitianos. Su Estado no les provee ni siquiera de nombre y apellido, así están allá entre el 40% y el 50%.
Los haitianos nunca han sido humanitarios, ni solidarios para con los dominicanos, todo lo contrario; han sido enemigos violentos. La clase dirigente haitiana y sus aliados sólo han apelado a la comunidad internacional para agredirnos o para pedir limosnas. La clase “alta” haitiana es la gente más despreciable que puede haber, parasitando en la miseria del pueblo más pobre de América.
Aquellos que se movilizan para que el Estado no tome ninguna acción, y que sólo sean los dirigentes haitianos quienes mantengan las iniciativas internacionales y fronterizas en torno al problema, parecen querer que nos suicidemos, o tienen un desconocimiento total de la formación de ambos países.
Discursos de “relumbrón”, no de estudio de los hechos y consecuencias que hicieron de dos naciones un cuerpo siamés, con seres distintos en comportamiento y espíritu.
Exigirnos a los dominicanos una laxitud de convivencia para darle cabida al pueblo más intransigente y racista de América, es exigirnos nuestra extinción. El nacionalismo racista y brutal de los haitianos no acepta la dominicanidad, y es esa intransigencia hacia lo dominicano lo que es y debe ser inaceptable para los dominicanos, pues sería nuestro fin como nación.