Haití, bonjour tristesse

Despertar cualquier mañana en Haití y no querer que sea verdad lo que se verá durante el día debe ser la cotidianidad de…

Despertar cualquier mañana en Haití y no querer que sea verdad lo que se verá durante el día debe ser la cotidianidad de quien vive o visita esa nación. Es tal la tragedia, que cuesta creerlo y duele aceptarlo. Dios se olvidó de Haití y de los haitianos.

Son escasas las referencias a Haití que hace la prensa dominicana, salvo para informar sobre horrores de uno u otro lado. Se repite y repite las malquerencias ancestrales o la rapacidad de los comerciantes, guardias y funcionarios fronterizos. Afirmaciones tajantes sobre trivialidades, enorme seguridad en lo que dicen y en cómo lo dicen. Energías desperdiciadas. Mucho calor, poco qué hacer.

Los dominicanos no debemos olvidar que Haití es el principal problema de la República Dominicana, con mucha diferencia con respecto a la criminalidad, desempleo, inseguridad jurídica, 4% para educación, corrupción o violencia intrafamiliar, que son cositas ante la realidad a que nos arrastrará la miseria y burla al ser humano que sucede en el lado oeste de la isla. Allí hay una multitud de vidas con demasiada vida por delante para vivirla esperando sin saber qué.
Cada año hay 300,000 haitianos más, la diferencia entre nacimientos y muertes. Los haitianos no caben en su país que, además, no les ofrece oportunidades de trabajo. Con este crecimiento vegetativo descontrolado lo lógico es que atraviesen la frontera, yo lo haría.

Un tratado de libre comercio no es la única solución. La desigualdad entre lo que exportamos (mil millones de dólares) y lo que importamos (60 millones de dólares) hace muy difícil llegar a un acuerdo. El comercio con Haití es una realidad que desborda los marcos regulatorios por las evidentes asimetrías entre ambas economías. Las ayudas internacionales han estado distribuidas de forma tal que todo sigue casi igual al día siguiente del terremoto, porque era así antes del terremoto. El terremoto lo hizo visible.

A los haitianos su Estado no les ha provisto ni siquiera de nombre y apellido (así están entre el 40% y el 50% de los haitianos); el cretinismo está a la orden del día en altísimo porcentaje porque las madres, al nacer sus hijos, no les han podido dar el alimento necesario para el correcto desarrollo cerebral. Son sólo ejemplos, pero ejemplos terribles. Allí los que piensan son pocos y están amargados, y lo están porque lo que les pasa lo analizan a la luz de su orgullo o soberbia nacionalista. El mismo orgullo que los hizo construir la Citadelle en vez de un Estado, cuando los cañones sustituyeron la inteligencia.

Dijo Mónica Sánchez, una niña listísima que vivió en África, que Haití se parece mucho a África, pero en triste.

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