En países como Uruguay, Argentina, Venezuela o Ecuador la población tiene la sensación de que su democracia es mejor que la española. Pero es peor aún, los uruguayos piensan que incluso China es hoy más democrática que España, según un informe preparado a partir de encuestas en países hispanoamericanos por una ONG chilena (Latinobarómetro). Datos como esos dan una idea de lo importante que es el control de la información que se da, falsa o verdadera, y los mecanismos que se crean para dar una percepción favorable a los intereses de quien tiene el poder, los medios y la mala fe de hacerle creer al incauto que lo que es, no es.
La campaña de los grupos enemigos del país y de la nacionalidad dominicana, y a favor de Haití, andan por esos caminos tortuosos de la desinformación, con evidente mala fe. Para mejor muestra sólo hay que leer las declaraciones del secretario general de las Naciones Unidas, el señor Ban Ki-moon, quien después de visitar Haití, su principal interés, pasó por la República Dominicana para casi decirnos que nosotros somos peores que los alemanes en la segunda guerra mundial. El descaro de ese señor llegó tan lejos, que aprovechó la invitación al Congreso Nacional para insultarnos en inglés, porque no sabrá creole, y sin traductores, imagino que asesorado localmente de que los congresistas dominicanos apenas saben poner su nombre, ya que ni siquiera leen las leyes que les ordenan aprobar.
Se entiende que quienes no quieran un problema traten de pasárselo a otro, para resolverlo de la forma más fácil; pero ese problema es demasiado grande para nosotros, porque conlleva nuestra desaparición como nación, y de paso retroceder cientos de años en el desarrollo cultural y económico que nosotros, solos, nos hemos dado.
¿Es que no hay forma de que entiendan que nosotros no aceptaremos nuestra aniquilación como nación? Que ya lo hemos demostrado enfrentando hasta a la muerte por ello. El problema haitiano es que el gobierno de Haití no da documentación a sus nacionales, ni a los que viven aquí, ni a los que viven allá.
En su lugar quieren exigirle ciudadanía al país que los está alimentando y educando a sabiendas de que están infringiendo las leyes nacionales sobre residencia de extranjeros.
El irrespetuoso Ban Ki-moon se atrevió a darle condición de “apatridia” a esos hijos de haitianos ilegales. No señor, no lo son; son haitianos indocumentados porque su país no les da documentos, como tampoco se los dan las fuerzas extranjeras que ocupan esa nación. Aclararse esos simples conceptos y hechos, documentación y apatridia, es básico para resolver el lío en que nos han metido.