Creo, sin temor a equivocarme, que lo más difícil para los seres humanos es ponerse en el lugar de los demás.
Tratar de imaginar el dolor de alguien que ha perdido a un ser querido, entender la desesperación de una persona que desconoce el paradero de algún familiar no es un ejercicio muy común.
Nadie quiere ponerse en los zapatos de aquel que ha sido protagonista de un hecho vergonzoso, por el cual se ha convertido en la burla y reír de todos a su alrededor.
Aquellos que se ríen de quien en un rápido andar perdió el equilibrio y se precipitó al suelo, difícilmente, ni siquiera por un momento, piensan en lo terriblemente mal que se sintió esa persona.
En la vida encontramos cientos y cientos de ejemplos que ponen de manifiesto la falta de empatía del genero humano.
Constantemente nos sentimos heridos, lastimados y hasta humillados por el trato poco amable de alguna persona de la que esperamos todo, menos una mala actitud.
Asimismo nos sentimos desconcertados cuando apenas dos o tres días antes, esa misma persona ha sido tan atenta y amable, y de repente nos trata como si el sonido de nuestra voz, sea lo último en el mundo que quisiera oír.
No podemos ocultar nuestro enojo cuando nos acusan de lo que no hemos pensado ni remotamente hacer. No escondemos el malestar que nos produce la indiferencia como respuesta a nuestras atenciones.
La indiferencia ante el dolor de los demás está tan marcada en la vida de los seres humanos, que aun habiendo pasado por situaciones dolorosas y momentos difíciles, cuando les toca a otros padecerlos no somos lo suficientemente solidarios, y menos si la tristeza o la desgracia toca las puertas de nuestros vecinos cuando nosotros estamos llenos de felicidad, y nada, nuestro o ajeno, nos perturba.
Sin embargo, aun sabiendo el efecto que esas actitudes causan en nosotros, un día, sin más ni más, les dispensamos a otros ese mismo trato, solo que ahora como no somos los afectados, ni nos acordamos lo que se siente. l