Mi deseo era escribir sobre el presupuesto del 2013, pero lamentablemente todavía no tenemos suficiente información para comentarlo. Por lo tanto aprovecho este espacio para expresar algunas inquietudes sobre temas de interés público. Considero que los gobiernos deben concentrarse en momentos difíciles como el actual, en aliviar problemas que están a su alcance y que no requieren gran cantidad de recursos.
Me refiero, por ejemplo, al problema del tráfico. Todos reconocemos que la ciudad capital se está constituyendo en un lugar desagradable de vivir y uno de los factores que más está incidiendo es el caótico tráfico que tenemos. En efecto, hacer cualquier diligencia en las horas pico, que son casi todas, por pequeña que sea la distancia a recorrer, nos toma no sólo un largo tiempo, sino que también se convierte en una pesadilla.
Una buena parte del problema es la poca fluidez del tráfico, lo cual se debe, entre otras cosas, al estacionamiento de vehículos en las vías de mayor circulación, lo cual, por demás, está prohibido y bien señalizado. Tomemos la principal avenida de la capital, la Winston Churchill.
Es inconcebible que las autoridades competentes permitan el estacionamiento en áreas prohibidas, por ejemplo, frente a las grandes plazas comerciales, como es el caso de Blue Mall, Acrópolis, el Supermercado Bravo y muchas más.
Es igualmente absurdo que se permita el parqueo en ambas vías de la avenida Abraham Lincoln en las horas pico, reduciendo así en un tercio el espacio de tránsito. Y mucho más inexcusable es permitir que una grúa o conductores desaprensivos obstaculicen dos de las tres vías de rodamiento. Así no puede haber fluidez. Tampoco puede haber fluidez cuando Amet permite el giro a la izquierda en la Churchill, cuando esto está claramente prohibido.
Todos estos casos son fáciles de resolver porque tenemos las disposiciones legales, abundantes agentes de la Amet y además no se requieren mayores recursos económicos para hacer respetar las reglas. ¿Por qué entonces no se hace? Creo que es por desidia y precisamente esta dejadez cada vez más generalizada en todos los órdenes, así como este irrespeto a las leyes que nos rigen, es lo que está destruyendo nuestra sociedad.
En nuestro país cada vez más se está imponiendo la máxima de sálvese quien pueda y al final ningunos nos salvaremos, pues cuando una sociedad llega al caos generalizado y al irrespeto de las leyes todos se perjudican a la larga.
En consecuencia, es mucho lo que las autoridades pueden y deben hacer, a pesar de que se alega que no hay suficientes recursos. Muchas veces lo que falta no es recursos, sino la disposición para enfrentar los problemas.