¿Cuando hablamos de fortalecer la identidad nacional a qué nos referimos? No es estéril la pregunta. En la escuela aprendí que los símbolos patrios y los próceres forman parte de esa identidad. Luego me di cuenta que también la forman los productos de nuestros campos y de las industrias; el legado intelectual de sus hombres y mujeres de letras, el folclor, la gastronomía, el paisaje, la riqueza de su arte, sea en la música y las artes plásticas, la arquitectura y sobre todo sus humores, que cambian según la temperatura, tanto la que surge del clima como la de la política.
Me digo con frecuencia que la desidia resultante del diario y quejumbroso quehacer cotidiano destruye la obligación nacional de preservar los elementos que hacen de esa identidad el rostro real de la nación; una marca país se dice ahora. Me he cansado de observar, por ejemplo, que el más importante de esos símbolos, la bandera, para muchos carece de sentido por lo cual se la irrespeta, izando incluso en edificios públicos banderas con distintas tonalidades del azul, una del lado de la otra, en penosa violación de la ley que regula su uso.
Desde hace tiempo vengo observando que en la estación principal del metro, en la esquina de las avenida Máximo Gómez y John F. Kennedy, el nombre del fundador de la República, que se le ha dado al lugar, está incompleto, Juan P. Duarte en lugar del correcto Juan Pablo Duarte, sin que ninguna autoridad ni estudioso de nuestra historia llamara la atención sobre ese hecho, que a muchos pudiera resultarle una tontería, pero que no lo es, tratándose del más grande dominicano jamás nacido. Y siempre que paso por allí me pregunto ¿No existe acaso un Instituto Duartiano? A lo que me digo después: Si lo enviamos al exilio y lo olvidamos dejándolo morir en la indigencia; si en las escuelas apenas se canta el himno y en la calle nadie se detiene cuando se le toca ¿Por qué vienes con esas boberías, como alguien me respondió?