El arte es el lenguaje más adecuado que tenemos para lidiar con lo que no entendemos. Sus intentos de explicaciones nos sumergen en paradojas que nos crean más dudas; así de contradictoria o masoquista parece ser nuestra especie.
Los artistas están fascinados por el peligro, eso está claro; sino no estarían lidiando con algo tan nebuloso como el arte. Algunos pueden tener una motivación económica o de escalamiento social, pero a la mayoría les gusta el riesgo de caer, la hazaña, el peligro.
¿Por qué insisten tanto en hacer arte los artistas? He hecho esa pregunta a muchos artistas y, en verdad, todos han comenzado a divagar y muchas veces a dar explicaciones contradictorias entre sí. ¿Para estar más cerca de sí mismos? ¿Porque es normal cuando se nace anormal? ¿Se nace o se hace un artista?
Dicen que los antiguos dioses griegos cuando querían destruir a un ser humano comenzaban haciéndole perder el sentido de la medida; o sea, lo exponen a que sobrepase los límites, producen en él el sentido de la desmesura, le imponen que conozca y reconozca el mundo y a los demás desde el arte. Y un proverbio antiguo, parece que erróneamente atribuido a Eurípides “Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”. Quizás por eso desaparecieron los dioses griegos y quienes permanecieron fueron esos locos que son los que han hecho al mundo soportable.
También están los otros artistas, los de farándulas. De ellos decía Carlos Casagemas, el amigo suicida de Picasso, que en esos todo es fanfarria, puro oropel y galas hechas de cartón piedra y papel maché relleno de aserrín.
Siempre están en busca de un albergue, de una cena, y de algunos pesos. Siempre detrás de algún ricachón, detrás de unas riquezas que inducen a la avaricia y a la traición a todo lo que represente humanidad o dignidad.
Vivimos en un período de prodigiosa ansiedad cultural, por su escasez de valores sólidos, por la cultura de la inmediatez y la superficialidad; en la que 140 caracteres están supuestos a decir lo que hay que decir, y más de ahí hacen que nadie te lea por largo y “aburrido”.
El artista crea el desequilibrio social que necesitan, como purgante, las sociedades cuando se estancan; pero ese desequilibrio tiene que ser real, no de bulto mediático, o de repetición de los mismos ready-made de hace más de cien años; sino de purgantes más intensos por la calidad de sus sustancias. Meterse trapos en la boca y filmarlo no puede sustituir la pureza de un dibujo, o las maravillas que crean los que saben manejar una paleta llena de colores.