El mundo está consternado por la muerte de Nelson Mandela, uno de los más grandes hombres que ha dado la humanidad en los últimos años. Y no es para menos , pues Mandela es el símbolo mundial de la lucha por la justicia social y por la igualdad. La grandeza de Mandela se resume en tres palabras: firmeza, dignidad y humildad. Su firmeza fue antológica pues nunca claudicó en sus ideales y fue capaz de resistir 27 años de cárcel sin que su espíritu de luchador sin tregua por terminar la discriminiación racial en su patria, fuera mermado.
Sudáfrica, su patria de origen, vivió una de las etapas de mayor discriminación para la raza negra conocida con el nombre de Partheid y Mandela, como el principal líder de un movimiento que se enfrentó sin tregua a esa política de exclusión y discriminación, nunca se amilanó en ese proceso de oposición permanente a las injusticias y abusos en contra de la mayoría de la población de su patria.
Su dignidad es también antológica. Fue bujía inspiradora y ejemplo de dignidad humana y revolucionaria no sólo de sus hermanos africanos sino de todos los hombres y mujeres del mundo que luchaban en cualquier rincón por la libertad y la justicia. Esa dignidad lo llevó a tener una clara convicción de que se debe luchar por un ideal si importar lo que eso nos traiga como consecuencia.
Cuando fue enjuiciado y condenado a cadena perpetua en 1964, sus palabras tronaron con dignidad ante el tribunal que lo condenó: “He luchado contra la dominación blanca y contra la dominación negra. He perseguido el ideal de una sociedad libre y democrática donde todas las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y conseguir. Pero si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir”.
Su humildad refleja la dimensión de un líder que sabe caminar enseñando con su propio ejemplo. Cuando fue liberado en febrero de 1990 fruto de la presión del mundo al gobierno sudafricano tuvo la humildad de sentarse a negociar con sus anteriores verdugos para encontrar una salida y poner fin al apartheid en Sudáfrica. Y con profunda humildad y sin perder su firmeza y su dignidad, firmó un acuerdo con el presidente blanco Frederick Leclerck y ambos ayudaron a poner fin a la segregación racial. Por ese hecho ambos son merecedores del Premio Nobel de La Paz en 1993. Al año siguiente, Nelson Mandela fue elegido Presidente de Sudafrica y transformó de manera extraordinaria esa nación.
En su libro autobiográfico llamado “El largo camino hacia la libertad”, Mandela afirmó que “la grandeza de la vida no consiste en no caer nunca, sino en levantarnos cada vez que caemos”. El fue un gran ejemplo de eso. Se cayó muchas veces y siempre se levantó para seguir adelante hasta lograr la realización de sus ideales. Hoy, el mundo entero se rinde a sus pies y le tributa un hermoso y sincero homenaje de agradecimiento por su vida y su ejemplo. Y lo recordamos por siempre teniendo presente sus sabias palabras: “La muerte es algo inevitable. Cuando un hombre ha hecho lo que creía necesario por su pueblo y su país, puede descansar en paz. Creo que yo he cumplido ese deber, y por eso descansaré para la eternidad”.