Nuestro Dios es un gran dador, nos regala medidas desbordadas en tres direcciones: para satisfacer nuestra necesidad, para nuestros deleites y para cubrir necesidades de otros. Cada dar es un simultáneo recibir del Padre, una bienaventuranza… y en la medida que recibimos de Él debemos dar, sin mezquindades. La abundancia se recibe sin restricciones de la mano de Dios tanto como la sobreabundancia. Tu trabajo, disciplina, etc., pueden suplirte recursos, pero sólo Dios da el poder para hacer las riquezas, administrarlas sabiamente e impedir que se escurran como la arena del reloj.
Si recibir es la gran hazaña para un corazón temeroso y hambriento de Dios, dar es la gran encomienda. Tu mano es tu tesoro, tu medida a la conexión con el auspiciador universal.