Yo tenía unos 15 ó 16 años, él me llevaba dos. Ahora que lo pienso bien, lo que admiraba de él realmente se debía a su abuela, y también, a la educación de mis padres. Tony (vamos a llamarle así), realizaba las mismas labores en su casa que sus hermanas, y respetaba a cabalidad las órdenes que les daba su abuela, no por miedo, sino porque la amaba y por supuesto, la respetaba, pero más importante, porque entendía que su condición de hombre no le ganaba ciertas ventajas ante sus hermanas. Tony cocinaba, limpiaba su casa, fregaba, estudiaba… lo mismo que sus hermanas. A mis 15, y en RD, el hecho de que un chico no tuviera privilegios ante su hermana simplemente por ser hombre, para mí resultaba bastante atractivo. Todo se resume en la educación de los hogares de ambas partes, tanto en el mío como en el de él. Quizás nunca sabrá lo que significó para mí ese factor que a veces pasa inadvertido o que suele censurarse por los roles que asigna la sociedad: la mujer debe limpiar, cocinar y jugar con muñecas; el hombre debe ser proveedor, hacer deportes y jugar con carritos o soldados. Finalmente, muchas costumbres de las que nos aquejamos son traspasadas de generación a generación por nosotros mismos, quizá porque en algunos casos fue lo que aprendimos, y en otros, porque debemos seguir la corriente de lo socialmente aceptable.
Pero hay una luz en el camino. Hay quienes han decidido en este apartado cambiar las reglas. Desde 1991 varios países abogan por la educación no sexista, tomando un día del mes de junio para crear conciencia y generar ruido en torno al tema (continúa leyendo en la pág. 54). En nosotros, los que ya son y futuros padres, está el cambio a través de una herramienta poderosa: la educación.
Gracias a Tony, por reforzar lo que mis padres ya habían hecho: hacerme saber que todos tenemos los mismos derechos sin importar nuestro sexo, raza, color de piel o estatus social.
@AiramToribio
