Ganó el disgusto

Para muchos, en los Estados Unidos y en el mundo, era inconcebible que Hillary Clinton perdiera las elecciones de 2016 y mucho menos de un rival como Donald Trump, porque el sentido común indicaba que la preparación, experiencia y perfil de la primera,&

Para muchos, en los Estados Unidos y en el mundo, era inconcebible que Hillary Clinton perdiera las elecciones de 2016 y mucho menos de un rival como Donald Trump, porque el sentido común indicaba que la preparación, experiencia y perfil de la primera, a pesar de su alta tasa de rechazo, contrastarían con la atipicidad, el carácter errático y posiciones cargadas de irrespeto a las mujeres, inmigrantes y minorías, del segundo. Sin embargo, ni sus discursos cargados de odio, ni las mentiras detectadas en sus intervenciones, ni la falta de argumentación y de un plan coherente de gobierno revelada en los debates, bastaron para disuadir al electorado de darle su voto y más bien se convirtieron en el combustible que encendió el deseo de una masa de votantes apáticos, inconformes con el sistema, que vieron en Trump la encarnación de sus frustraciones, el líder que estaba dispuesto a exponer asuntos que no son políticamente correctos o a rechazar conquistas sociales y humanas sin el menor rubor.

Y contra todo pronóstico fueron más los que admiraron sus posiciones que los que las rechazaron, por lo menos no al punto que motivara a los liberales indecisos a votar por una candidata que para muchos no era la opción porque era una representante más del mundo político que repudian y por eso preferían a Bernie Sanders.

Fue el disgusto con el sistema, con el famoso “establishment” que decidió la suerte del proceso, unos porque quieren que su país sea lo que antes era, con menos apertura, menos mezcla de razas y menos derechos, y otros porque quieren gobiernos más liberales e incluyentes y menos complacientes con los poderes fácticos. Si a esto agregamos que vivimos en la bien bautizada “Civilización del Espectáculo”, los medios de comunicación promovieron al “showman”, muchos de ellos por el afán de atizar la atención de la audiencia a lo que se dieron por llamar una apretada carrera, que terminó venciendo quien la mayoría pensaba sería el perdedor.

Aunque para muchos hemos amanecido en un mundo distinto, en el que el odio, el repudio, la desigualdad, el egoísmo y el autoritarismo se han impuesto en parte como reacción a los avances en derechos e igualdades que han acontecido en el mundo occidental en décadas recientes, tenemos que cifrar las esperanzas en que después de la tempestad venga la calma y que ese vuelco hacia el extremismo, que en el Medio Oriente es fundamentalismo y en esta parte del mundo es nacionalismo, puritanismo y capitalismo salvaje, habrá de llegar a su fin y que colocará tarde o temprano las pasiones en su justo lugar.

La gran prueba será para las instituciones norteamericanas que tendrán más que nunca que jugar su rol para servir de balance y contrapeso a lo que podría esperarse como acciones de un presidente, que si bien una vez sea investido no actuará quizás de forma tan díscola que como candidato, no podrá evitar actuar como su naturaleza le dicte, sobre todo con la tentación de tener un congreso mayoritariamente republicano, aunque no trumpiano.

Definitivamente la América profunda y conservadora no estaba lista para que una mujer ocupara su presidencia y no quería que continuaran las políticas demócratas practicadas por Obama en sus dos mandatos, pero esperemos que no hayan perdido el espíritu de los Padres Fundadores y que sigan creyendo y defendiendo una sociedad fundamentada en el respeto a la ley; pues esto será el único valladar frente a probables acciones erradas y extremas.

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