En una edición de 2009 de la revista Global, de la autoría del académico cubano Pedro Luis Sotolongo, de entrada, así de golpe, se lee: “ El pensamiento—y las Ciencias—de la Complejidad busca trascender la comprensión percibida ya como simplificadora en toda la Complejidad que hoy constatamos en el mundo natural, en las sociedades, en las subjetividades y conciencia de los hombres, en la interacción de esos hombres con los medios técnicos construidos por ellos, en el proceso mismo de la obtención del Saber”. ¡Recórcholis!, me dije sin aliento.
Y seguí: “Semejante ideal y pathos constituyen, sin duda alguna, una ambiciosa empresa, aún en construcción. Sólo obtenible si, al mismo tiempo, transforman cualitativamente las bases sobre las que se erigieran como generalizados esa clase de pensamientos y esas Ciencias simplificadoras; y si por medio de tal mutación cualitativa construyen una nueva articulación con el Saber filosófico. Tal proceso se halla ya en marcha…” Aquí tuve un alto obligado. Pero no acostumbro a dejar lecturas a medias y proseguí casi ahogándome:
“¿En qué consisten las denominadas bases de uno a otro Saber a transformar? Usualmente se hace referencia ya bien al ámbito o nivel empírico; ya bien al ámbito o nivel teórico de esos saberes (a los nuevos datos obtenidos empíricamente a los nuevos desarrollos conceptuales llevados a cabo en ellos…).” La excitación me aprisionaba.
Más adelante podía leerse: “En nuestra contemporaneidad, a partir del último tercio del recién finalizado siglo XX, estamos asistiendo (unos más advertidamente, otros no tanto) a los comienzos de una nueva mutación epocal en tales bases de los saberes específicos, esta vez de la mano, entre otros, del pensamiento –y las Ciencias—de la Complejidad”. Como dijera aquella concursante “no lo entendí pero me gustó”, sin que se pueda entender cómo el autor le ha sobrevivido a Fidel y a Raúl Castro.