La exclusión social ha sido la justificación que dan sociólogos y creadores de políticas criminales para explicar la radicalización hacia el terrorismo islámico de jóvenes europeos, especialmente franceses. Muchas de esas justificaciones podrían encontrarse en la sociedad que creó François Mitterrand en Francia; la del populismo tercermundista que destruye instituciones para dar paso a aventuras estrafalarias y al “laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même”. Francia tiene en sus barriadas musulmanas su mayor enemigo: franceses que odian a Francia porque no se sienten franceses, ni lo quieren ser; pero lo aprovechan cuando les conviene. El fin de la Historia, de Fukuyama, no lo ha sido. El horror islamista parecía una amenaza periférica, y no lo es más; es amenaza mundial. Con atrocidades cada vez más ruidosas con el fin de promocionar su odio siendo noticia global.
El comportamiento humano no puede explicarse solamente por la posición social o por alguna pulsión innata en los individuos. Esas han sido las explicaciones tradicionales. El individuo y el grupo son complejidades que van transformándose poco a poco, de ahí la necesidad de mantenerse alerta ante el populismo político, el “dejar hacer y dejar pasar, que el mundo va por sí solo”. Las sociedades una vez conformadas han sido el producto de mucho ensayo y error, y no en la urgencia de ganar votos. Francia está desgarrada: La Charlie Hebdo, Bataclán y ahora Niza son hechos más que suficientes para que los franceses entiendan que se les ha declarado la guerra interna. Guerra civil que cuenta con el apoyo de los anti-sistema, de los populistas de izquierda y de derecha, que hacen del descontento momentáneo su maná de votos. Nuestras sociedades crearon marginales que han tomado conciencia de que son considerados desechos humanos. Esos “desechos humanos” son productos de las migraciones descontroladas convertidas en conglomerados de odio, desempleo y citas del Corán. Inmigrantes económicos de todas partes, y ahora de las guerras en Medio Oriente. Inmigraciones que ya no se pueden absorber y se convierten en un problema de identidad nacional para los países receptores.
República Dominicana, un país del tercer mundo, empieza a sentir esos síntomas provocados por la inmigración desde un país del “último Mundo” como lo es Haití camino al islamismo. Se construyen sociedades paralelas que tarde o temprano se enfrentarán en un choque de civilizaciones locales: franceses de verdad contra franceses de mentira en Francia o negros contra policías blancos en USA. Convivir con los otros ha sido siempre un problema, desde Caín y Abel. Excluir al otro separándolo, despojándole de su personalidad era la estrategia; ahora ese otro es quien se separa quedándose y de mala manera.