Por ejemplo, para el Festival de Música de Cámara de la ciudad de nombre enredado de Schiermonnikoog (Holanda), construyó tres pianos en la playa y a los que sólo se podía acceder cuando la marea bajaba… porque cuando la marea estaba alta los pianos se hundían… También para la marca de chancletas Havaianas, creó -con la ayuda de estudiantes de arte- un mono de 45 pies de largo que se llevó unas 10.000 chancletas, durante una conferencia en Brasil. Después de la conferencia, regaló la mayoría de las chanclas a los transeúntes.
Pese a que esa vez construyó esos instrumentos musicales, Florentijn parece tener una fijación con las esculturas gigantes de animales. Es más, según cuentan, comenzó creando un ratón gigante de heno y madera como respuesta satírica a un problema que tenían en los campos de su país.
Sin tener que salir a marchar o tirar piedras, cada una de sus obras tiene una razón social detrás, porque su arte se inspira en iconoclasia, un reflejo de la sociedad. Por ello, lleva su arte a varias ciudades europeas y mediante sus obras expresa su pensar ante algunos temas sociales. En 2008, pintó de azul una manzana de edificios en ruinas en Holanda, con todo y ventana, para llamar la atención sobre su arquitectura y evitar su demolición.
También creó un enorme patito, como una forma de decir que “los océanos del mundo son nuestra bañera. Todo el mundo reconoce al patito de goma, desde Japón hasta el Polo Norte. El pato de goma no conoce fronteras. No discrimina a las personas y no tiene una connotación política. Además el patito flotante puede aliviar las tensiones mundiales, así como las definen”.
¿Y por qué grande? Porque mientras más grande, mejor. No es invento. Así lo ha dicho él: “Más grande es mejor. Se transmite más. Se puede ver desde una gran distancia y se adapta a la ciudad y los grandes espacios”.