El final de la fiesta es una especie de Waterloo. “En la mañana había terminado todo”, dirá Jakes Barnes. “La fiesta había terminado”. Hay nostalgia y remordimiento inmediatamente después del final de la fiesta. Pamplona ya no es alegre como el día anterior. Los turistas han desaparecido y la soledad de la ciudad refleja la soledad de los protagonistas: “Me desperté hacia las nueve –dice Barnes-, tomé un baño, me vestí y bajé. La plaza estaba desierta y no había gente en las calles. Unos muchachos recogían las cápsulas de los petardos. Los cafés estaban abriendo y los camareros sacaban las cómodas poltronas de mimbre y las colocaban a la sombra de los pórticos, alrededor de las mesas de mármol. Estaban barriendo las calles y lavándolas con bombas de agua”.
“Me senté en una poltrona de mimbre y me recliné cómodamente. El camarero no tenía prisa por venir. Los anuncios en papel blanco sobre la llegada de los toros y los grandes carteles de los trenes especiales estaban todavía sobre los grandes pilares del pórtico. Un camarero con un delantal azul salió con un trapo y un cubo de agua y comenzó a quitar los carteles rompiéndolos en tiras y raspando las partes que se adherían a la piedra. La fiesta había terminado”.
“Tomé un café. Poco después llegó Bill. Lo vi venir a través de la plaza. Se sentó y tomó un café.”
“-Así –dijo-, todo ha terminado”.
Así, en efecto, “todo ha terminado”: Los dos personajes sienten que les falta la tierra bajo los pies. La miseria y la desolación del paisaje no puede ser más completa. Ha terminado la fiesta, todo se inscribe en el ambiente de la vulgar rutina cotidiana, en el orden establecido donde ya no “todo se convertía en irreal y parecía que nada podía tener consecuencias.” Ha terminado la evasión, pero la realidad del mundo está todavía presente e intacta. Sólo dentro del ambiente asaz trivial de la fiesta ellos lograban justificar y convalidar sus conductas. Allí, y sólo allí, las interminables borracheras y la disipación tienen un sentido. Fuera de esa atmósfera de disipación hay que empezar a reflexionar.
Desde un cierto punto de vista, “Fiesta” es la historia de un naufragio, de un grupo de náufragos (“náufragos a la deriva”, como ha notado Carlo Izzo), o quizás desechos a la deriva sobre una barca sin rumbo. Pero este criterio no pretende ser una etiqueta. “Fiesta” es sobre todo un prisma, o mejor un caleidoscopio del cual, a cada sacudida, se obtiene una imagen diferente.
Giansiro Ferrata ha hecho notar la existencia de una “antítesis” o mejor una contraposición no sólo entre los personajes de este libro, sino también entre los países donde se desarrollan los acontecimientos (Francia y España). Ya se ha aludido al hecho de que Robert Cohn, en cuanto intelectual, está en el extremo opuesto de Bill Gorton y al extremo opuesto de Mike Cambell por lo que respecta a su comportamiento. Es decir, por el modo en que se toma la derrota, y que todos en general están derrotados, todos están a la deriva. En cambio, para algunos el torero, el español, representa “la plenitud de la vida hecha para sobrevivir a todas las derrotas”. Su “inocencia” y “pureza” se contrapone a los vicios y corrupción de los turistas.
La contraposición entre España y Francia es aun más notoria, y quizás más importante desde un cierto punto de vista. Por una parte está París “en su doble faz de cosmopolitismo decadente”, y por otra Pamplona con su “color local bárbaro”. Los disolutos turistas resumen en estos países “los sueños de evasión del exilio norteamericano en la Europa de los veintes, el rechazo de todas las facetas de su propia sociedad, la búsqueda de parajes o sofisticadamente civilizados o muy primitivos que le aportara nuevos estímulos que no encontraba en su vida cotidiana”.
Desde otro ángulo, no menos significativo, Jake Barnes teoriza sobre este hecho (sobre el contraste geográfico que es también contraste humano) con su acostumbraba claridad y concisión: “Me sentí feliz de encontrarme en un país (Francia) donde es tan fácil hacer feliz a la gente. No se puede nunca saber si un camarero español te agradecerá o no. En Francia, en cambio, todo reposa sobre una neta base financiera. Es el país donde es más simple vivir. Nadie complica las cosas haciéndose amigo por razones oscuras. Si deseas parecerle simpático a la gente sólo debes poner a disposición un poco de dinero. Yo le di un poco de dinero al camarero y le caí simpático. Él apreció mi más importante cualidad. Se sentiría contento de volver a verme. Si volviera aquí a comer él estaría contento de volver a verme, me habría querido en su mesa. Hubiera sido una simpatía sincera porque tenía una sólida base. Estaba en Francia de nuevo”.
“A la mañana siguiente, para hacer otros amigos, di a todos en el albergo una propina generosa y partí con el primer tren de la mañana para San Sebastián.
En la estación no le di al cargador una propina excesiva, porque no pensaba que volvería a verlo. Todo lo que necesitaba era un grupo de franceses amigos que me hicieran una buena acogida en Bayonne por si me tocaba tener que regresar. Sabía que si se hubiesen recordado de mí nuestra amistad sería leal”.
“En Irun tuvimos que cambiar de tren y mostrar los pasaportes. Lamentaba dejar a Francia. La vida era tan simple en Francia. Sentía que hacía mal al regresar a España. En España no se puede nunca estar seguro de nada. Sentía que hacía mal al volver, pero me puse en fila con mi pasaporte, abrí las maletas para los guardias, compré el billete, crucé la puerta, subí al tren y después de cuarenta minutos y ocho túneles estaba en San Sebastián”.
El cuadro se dibuja en estos párrafos de tan sólida arquitectura, es tan preciso como poco edificante, y en extremo revelador de la mentalidad del personaje. Se encuentra aquí en una España complicada, aunque también idealizada. Lo que Jake deplora sinceramente (admitiendo que sea cierto) es el hecho de que la amistad de los camareros españoles no se puede comprar, no está a la venta. Desde el inicio del libro había idealizado a los españoles y no había escondido su simpatía por ellos, ni su paternalismo. Los idealiza implícitamente (aunque no se de cuenta) al contraponerlos de esa manera a los franceses. Sin embargo, lo que sin duda es una cualidad moral, representa una dificultad para Jake Barnes. Dificultad de vivir entre gente que no se deja comprar. Así, su pasión por España se resuelve en una relación de odio y amor en cuya base encontramos una vez más la mercantil, canibalesca, que a su juicio rige todas las relaciones humanas.