En Occidente se habla todo el tiempo de la felicidad y de ser felices. No faltan estudios sobre el tópico. La idea es que la felicidad es el fin supremo de todas nuestras acciones, el ideal que debemos todos perseguir. Por felicidad se entiende la presencia reiterada de emociones positivas como alegría y placer. Emociones positivas se identifican con la felicidad; las negativas connotan infelicidad. Este enfoque, sin embargo, obvia que las emociones negativas son parte de la vida y hasta le dan sentido. Cosas como traer hijos al mundo y criarlos, enfrentar problemas complicados, obstáculos y dificultades en el camino; emprender nuevos proyectos, hacer esfuerzos en busca de algo, implican dosis de emociones negativas, descontento y desagrado. Cuestión compleja. 

La felicidad venida de las actividades placenteras es importante, pero sin el mencionado “bienestar eudaimonico” estaremos incompletos. Una entendida explica que la etimología del concepto griego “eudaimonia” es: eu=bueno y daimon= espíritu o deidad, y que ocupándonos de esculpir adecuadamente nuestro espíritu -lo que incluye desde conocer nuestros talentos y potenciarlos hasta cuidar nuestra relación con Dios y con los demás -, forjamos ese más enriquecido estado de bienestar personal. Igualmente descartando el “si yo fuera esto o tuviera aquello… sería feliz”. Recientemente durante un cumpleaños en un club, la gordura frenó a una amiga de bañarse en la piscina. Se perderá quizá para siempre la alegría de un chapuzón sujeta a un incierto “cuando rebaje”. Posponer felicidad edifica infelicidad. 

Las estaciones de trenes de las grandes urbes del mundo tienen buenos cálculos del tiempo estimado de recorrido a cada estación, como del horario de salida-llegada de cada tranvía. Igualmente ocurre en el tren de nuestra vida, todo pasa tan rápido que “prestar atención” al tiempo que vivimos, sin distraernos del momento de escoger el destino correcto, es crucial. Este tren se detiene en estaciones llamadas “oportunidades” que tal vez nunca volverán… Llegar dichosos a nuestro destino, disfrutando el intenso camino, exige recordar que el valor de la vida se cuenta en primaveras, su intensidad se prueba en cada verano, su tenacidad, cada otoño y su sabiduría en la elección de quien compartirá el fuego con que debemos sobrevivir el implacable invierno. Próxima parada: ¡Felicidad!

¿Yo, infeliz?, pero si yo soy la mujer más positiva del mundo me decía, entre otras cosas. Sí, pero eso no equivale a felicidad, me respondí en una conversación interior conmigo misma. La realidad es que esas palabras lograron desestabilizar mi alma, y consecuentemente –y evidentemente– mi entorno. Tomé cartas en el asunto. Paulatinamente comprendí, que el botón de activación interno de mi amor propio, de mi felicidad había sufrido un corto circuito. ¿Cómo no me di cuenta antes? No debe ser, pero así actuamos los humanos.

La meditación que había olvidado la retomé, me puse en contacto conmigo, con mi Maestro, con la naturaleza… hasta arcoiris visualicé en el recorrido. Había encontrado el camino. Vini, vici, vidi.

Esta edición me parece perfecta para motivarlos con mi historia. Y con otras, de grandes mujeres como Cheddy García o Denise Quiñones, a quienes la vida les ha enseñado que actuar con fe, pasión, amor, determinación y entrega, es el mejor comienzo para el éxito personal, que luego se transforma en triunfo profesional. Apuesta a ti y a tus deseos con todo el corazón… ¡Sé feliz! Propóntelo, desde hoy.