Mucho se ha criticado la selección de expertos que puso a Plácido Domingo como el más grande tenor de todos los tiempos. Pero su extraordinaria capacidad vocal no deja de fascinar a los amantes de la ópera. Hace dos años interpretó por primera vez al personaje central de la ópera Nabucco, de Giuseppe Verdi, en el Royal Opera House de Londres. Esta composición, en cuatro actos, basada en el Antiguo Testamento, es una de las más representativas del repertorio verdiano, si bien no figura entre las más conocidas del compositor. En el país se la identifica principalmente por el lamento coral de los esclavos judíos a orillas del Éufrates, en la escena segunda del tercer acto conocido como La Profecía, en el que añoran su tierra natal (Va pensiero, sulli ali dorate).
Lo singular de la actuación en esta oportunidad de este incomparable cantante lírico, el más versátil entre sus contemporáneos, es que el rol de Nabucodonosor, rey de Babilonia, le corresponde a un barítono y Domingo en toda su larga y exitosa carrera ha sido más conocido como el gran tenor que en realidad es, a pesar de que en sus inicios en México, donde perfeccionó sus estudios de canto, piano y dirección orquestal, su registro grave correspondía al de un barítono.
Aunque nunca fue capaz de alcanzar, según su propia confesión, un Do de pecho, que tanto entusiasma a los aficionados, y ni pensar en el mítico Fa sobreagudo, a pesar de su sonoridad y amplia tesitura, su preferencia actual parece propia de la edad, tiene casi 75 años, cuando comienza a hacerse ostensible la disminución de la capacidad vocal para mantener los agudos, mientras oscurece su brillo.
Memorables han sido otras actuaciones de Domingo como barítono, entre ellas sus varias representaciones en Simón Boccanegra, también de Verdi, cuya versión original, entrenada en 1857, fue posteriormente objeto de algunos cambios debido a las dificultades de interpretación de su partitura.