En el entorno del expresidente Leonel Fernández se cree que una derrota electoral del presidente Danilo Medina puede restaurar el liderazgo del primero y situarlo como la primera opción a las elecciones del 2020. Tal vez eso explique, entre otras actitudes, su inexplicable ausencia de los escenarios públicos donde su presencia como presidente del partido, dentro de una lógica elemental y a falta de una excusa justificable, se hacía necesaria, como han sido los casos de las proclamaciones de las candidaturas de tres de sus senadores.
En el marco de la rivalidad derivada de la nominación presidencial del jefe del Estado y la reforma de la Carta Magna que la hizo posible, es entendible que en algunos de los círculos íntimos del exmandatario más interesados en los beneficios del usufructo del poder que en las exigencias que imponen las realidades políticas, esa ilusión tenga cabida.
Pero que el propio Fernández la aliente con su alejamiento y actitud, que la rigidez de su rostro en público refleja, es una incógnita en un político de su experiencia y amplio conocimiento del mundo actual y de las fuerzas sociales que lo mueven. ¿Ha perdido el sentido de la realidad? ¿O acaso no sabe cómo manejar o administrar sus enconos?
A lo interno del PLD, lo único predecible de una derrota en las elecciones de mayo próximo sería una grave división del partido y una renovación radical de su estructura directiva. Con ello quedaría sepultada toda posibilidad de un retorno de Fernández al poder y el fin de su liderazgo, ya muy debilitado y en declive.
Las consecuencias de una eventual derrota, si llegara a producirse como resultado de un activismo interior, serían principalmente de índole legal, de las que difícilmente podrían zafarse aquellos que alientan el recurso de la derrota como el camino seguro al resurgimiento de quien ya ha ejercido tres veces la presidencia y se asume como el eje y nervio central de la República. l