En varias oportunidades me he referido en esta columna y en la red al sabio consejo dado por el presidente de Ecuador, Rafael Correa, en ocasión de su visita al país, cuando al referirse a la cuestionada actividad minera local, dijo enfáticamente: “No le digan no a la minería”. Confieso que el señor Correa no es de mi total agrado pero su argumentación tiene un innegable valor porque en su gobierno la explotación racional de los recursos del subsuelo, especialmente el petróleo, es de la más alta prioridad.
La apasionada inclinación a rechazar la realidad de la actividad minera, a base de lugares comunes y descalificaciones que suponen una falta descomunal de conocimiento, puede congelar nuestro proceso de crecimiento y reducir nuestras posibilidades económicas a renglones sin ningún peso en el comercio internacional. Estar de acuerdo con la explotación de los recursos mineros no significa aceptar los males de una actividad irresponsable, sin vigilancia estatal y sobre contratos onerosos. Los términos de cualquier concesión es competencia del gobierno.
Lo que he dicho y sostengo es lo siguiente : si Venezuela, Ecuador, México, Etiopía, Rusia, Estados Unidos, los países árabes, Irán, Brasil, China y muchos otros usan su petróleo; si Chile impulsa su crecimiento extrayendo el cobre de sus montañas, no entiendo porque nuestro país no puede valerse de su riqueza minera para mejorar las expectativas de su gente. Por Loma Miranda no cruzan 40 ríos ni allí nacen aguas que alimentan la presa de Rincón, como se alega. Tampoco hay especies de fauna o flora que no existan en otros lugares del país. No reúne, pues, las condiciones excepcionales para ser declarado Parque Nacional. Barrick no agrega contaminación a la que encontró en Pueblo Viejo y por el contrario encara con éxito ese legado de pasivo ambiental.
Dejemos a los expertos determinar lo que más conviene al país, sin pasión y sin descalificaciones.