La crisis política haitiana que culminó en la salida del general Raoul Cedrás en octubre de 1994 incidió como elemento clave para que el Gobierno de Estados Unidos permitiera que el presidente Joaquín Balaguer permaneciera en el poder después de propiciar, con el control de la Junta Central Electoral (JCE), unas elecciones “que habían sido robadas por medio de fraude”.
La revelación está contenida en el libro “La crisis electoral de 1994”, del embajador canadiense John W. Graham, jefe de la misión de observadores de la Organización de Estados Americanos (OEA), uno de los principales mediadores del conflicto surgido cuando el entonces candidato del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), José Francisco Peña Gómez, denunció un fraude en su contra en las votaciones del 16 de mayo de 1994.
Graham recoge en su libro testimonios reveladores de Michael F. Skol, entonces secretario adjunto del Departamento de Estado para América Latina y encargado de la crisis haitiana que se produjo a partir de 1991, cuando Cedrás derrocó al presidente Jean-Bertrand Aristide.
Skol reveló a Graham que al subsecretario del Departamento de Estado, Strobe Talbot, “le atrajo la táctica de Balaguer de intercambiar apoyo dominicano para tapar la porosa frontera con Haití, logrando así aislar aún más el régimen militar de Cedrás en Puerto Príncipe”. “A cambio de la cooperación dominicana en la frontera, la idea de Talbot era proveer la tácita disposición estadounidense de permitir que Balaguer consolidara su victoria en las manchadas elecciones”, testifica Skol.
La política exterior de Estados Unidos hacia República Dominicana en ese momento queda reflejada en los editoriales de The New York Times. El rotativo planteó, el 24 de mayo de 1994, que las sanciones de las Naciones Unidas para restablecer la democracia en Haití sólo podían funcionar si eran fuertes y se aplicaban. “(…) Pero mientras el contrabando de gasolina fluya libremente a través de la frontera con la República Dominicana, el embargo de las Naciones Unidas contra Haití sólo existe de nombre”, escribió. Resaltó que: “El Sr. Balaguer parece estar listo para arrebatar tal como hizo después de las cuestionadas últimas elecciones de 1990, y esperar que la controversia desaparezca. No hay duda de que él espera que los Estados Unidos, en su deseo de preservar alguna semblanza de estabilidad en la isla no hará mucho ruido sobre fraude electoral”.
El Times había publicado el 20 de mayo un primer editorial para cuestionar la “dudosa” victoria de Balaguer. Señalaba que las elecciones eran vigiladas “muy de cerca” debido a la crisis haitiana. “Los dos países comparten la isla de La Hispaniola y un contrabando que no ha sido impedido al través de la frontera común entre ambos países, ha hecho que el embargo petrolero impuesto por las Naciones Unidas contra el régimen militar ilegítimo de Haití no haya sido efectivo”, decía.
Mentiras. Skol, que había sido agregado comercial de la embajada de Estados Unidos en Santo Domingo y que llegó a tener contacto directo con Balaguer, relata que el Secretario de Estado de la administración de Bill Clinton estaba “más que apurado” en sus intentos de lograr una salida a la crisis política haitiana. Insiste en que, en ese contexto, para Talbot, la prioridad era Haití y “cayó en la trampa tendida por Balaguer”.
Deja claro que tanto él, como sus colegas estaban desilusionados con la posición de Talbot que buscaba construir la democracia haitiana en detrimento de la dominicana: “Podría decir que la mayoría estábamos mucho más familiarizados que él con la sorprendente capacidad del viejo ciego de salir de una crisis a través de sus encantos y mentiras”.
En ese contexto, Estados Unidos permitió que Balaguer siguiera en el poder. “Nos dieron paso libre (y a Balaguer se le dieron más helicópteros, dinero, etc. Para ´uso de en la frontera´)”, revela Skol a Graham.
De hecho, el editorial de El Nuevo Diario del 12 de agosto de 1994, recogido por Graham, puede ser una referencia a la determinación de la voluntad de Estados Unidos en la crisis: “Primero, la coyuntura nos obligó a mover a más de la mitad de nuestro Ejército hacia la frontera con Haití. Y el Presidente terminó firmando un acuerdo que permite la presencia militar norteamericana en la vigilancia de la línea fronteriza”, dice.
Fraude. Skol encabezó una misión de Estados Unidos que se reunió con Balaguer, a quien dejó claro que la administración Clinton estaba consciente del fraude que se había cometido y que fue detallado en un informe interno de Jorge Tirado, un experto en cómputos puertorriqueño de la Fundación Internacional para Sistemas Electorales (IFES). “De manera confidencial, Jorge Tirado le había informado al Departamento de Estado que sí hubo fraude”, apunta Graham, a quien Skol planteó que “también creo que habíamos sabido que estas manipulaciones habían sido de alguna forma logradas utilizando una computadora propiedad de la empresa automovilística de Jacinto Peynado”.
Peynado era senador y compañero de boleta de Balaguer en las cuestionadas elecciones que generaron la crisis y llevaron a la firma, el 10 de agosto de 1994, del “Pacto por la Democracia” que obligaba a celebrar votaciones en 18 meses y al final acortó en dos años el período presidencial y desencadenó en una reforma a la Constitución.
Graham pone en evidencia una etapa en que los observadores se sintieron espiados y bajo amenaza. Su misión coincidió con un equipo de la IFES, dirigido por Charles Manatt, posterior embajador de EE.UU. en el país. También, con otra del Instituto Demócrata Nacional (NDI) y una del Centro de Asesoría y Promoción Electoral (CAPEL), de Costa Rica.
Amenazas. Entre los problemas que detectaron los observadores tres meses antes de las votaciones figura la resistencia de los miembros de la JCE, en su mayoría del Partido Reformista Social Cristiano (PRSC) frente al papel desempeñado por los observadores. Graham destaca que descubrieron que “(…) a pesar de que las leyes requerían que el número de votantes no excediera cuatrocientas personas por centro de votación (se podían permitir hasta seiscientas personas en casos especiales), algunos de estos tenían registrados más de mil votantes. Otros, sin embargo, sólo tenían un votante en su lista”.
Resalta que Armando García, Director del Centro de Cómputos de la JCE, “no podía explicar cómo habían ocurrido esas anomalías”. Explica que 11 días antes del 16 de mayo “ni los consultores ni la oposición tenían acceso al Centro de Cómputos”.
El español Vicente Martín, consultor del IFES, que asesoraba al Centro de Cómputos de la JCE, descubrió que sus consejos no eran bien recibidos, dice Graham. “Martín era un experto en el área de informática, sus recomendaciones eran claves y , sin embargo, Matos Berrido dio instrucciones para que se le excluyera de la mayoría de reuniones celebradas con los consultores”.
Un memorándum de Manuel García Lizardo, fechado el 4 de mayo, prohibió la entrada de los consultores externos al Centro de Cómputos. En los días precedentes, “Martín reportó que había recibido amenazas de muerte anónimas. Para garantizar su seguridad el IFES lo sacó del país”, revela Graham. “La uruguaya Carina Perelló, consultora del IFES, también reportó que había recibido amenazas” y que, incluso, el embajador de Estados Unidos, Roberto Pastorino, le advirtió en un restaurant en el que almorzaba que dos conocidos “maleantes” la esperaban fuera para atacarla.
Relata que el 16 de mayo parte del fraude se empezó a concretar con votantes cuyos nombres no aparecían en las mesas electorales. “Preocupados por la seguridad del equipo, la sede principal del NDI en Washington ordenó salir a todos sus observadores cuarenta y ocho horas después de las elecciones”, afirma Graham, citando testimonios de Pat Merlow y Santiago Canton, del NDI.
El Pastel de Balaguer
Graham cuenta que el 9 de agosto a las 7:00 p.m. Balaguer convocó a una reunión con Peña Gómez en la Biblioteca Nacional. El líder del PRD pidió al Presidente que permitiera la entrada de Hatuey de Camps Jiménez, quien leyó un documento en el que planteaba la posición de su partido por un “todo o nada”.
Durante la reunión, los ánimos de Peña Gómez se caldearon y el Presidente tomó la palabra: “Hablando muy lentamente, en su tono normal y ligeramente tembloroso, le preguntó: ¿Por qué no compartimos el pastel?” Peña respondió ¿Qué significa eso?” El Presidente hizo una pausa y dijo: “Yo dos años, y usted dos años”.