Hace unos días Sara Hermann se sorprendía de que ningún grupo de intelectuales del país se había manifestado contra la aberración que quieren introducir en el sistema de derecho penal dominicano, en lo relativo a la violencia contra las mujeres. La queja de Sara viene porque ella cree que los “intelectuales” tienen que estar siempre del lado de las causas que beneficien a la humanidad, las llamadas causas nobles. Y eso no es necesariamente así, tal y como ha sido demostrado largamente en la historia.
Las etiquetas de: intelectuales, conservadores, izquierdistas, derechistas, progresistas, bueno, malo, romántico, o tantas otras, no son más que convenientes etiquetas. Y ya sabemos cómo funcionan las etiquetas, no son más que la información que alguien quiere dar para vender un producto, sin decir más de lo que le interese decir al etiquetador.
Calificar o etiquetar a alguien de alguna perversidad con el fin de obtener beneficios ha sido una constante entre los hombres: “Habla mal de …, que algo quedará”, es una de las recetas favoritas entre los equipos de campañas de políticos, quienes saben muy bien de eso, ya que toda su oferta está basada en etiquetas, clichés repetidos una y otra vez sobre lo buenos que son, y lo malo que es el otro. Es el agrupar conceptos mediante artilugios subjetivos del lenguaje, para sesgar los hechos, logrando la confusión deseada. El bien y el mal, en este mundo de relativismo, ya no son lo que eran.
Para “el bien” existía una personificación, Dios. Para “el mal”, estaba Satanás. Los buenos eran los creyentes, los malos los ateos; lo blanco lo bello, lo negro lo feo; el pobre honrado, el rico tramposo. Creencias ilógicas que limitan el conocimiento y que sólo pueden ser cambiadas mediante el uso de la razón informada.
La moral, la ética, las famosas buenas costumbres se han convertido en productos a vender; mercancías de la evolución del comportamiento humano y social. ¿Quién hubiese dicho que determinados grupos sociales o políticos se comportarían como vulgares ladrones una vez obtuviesen el poder político? Pero es así, pruebas tenemos más que suficientes ante nuestras narices.
A las etiquetas sociales de algunos grupos humanos habría que ponerles, como a las de los supermercados, sus fechas de vencimiento. Por ejemplo: Vence una vez llegue al poder, o vence una vez salga del poder. También vencerías una vez cumplas 50 años. La supervisión de esas etiquetas quedaría a cargo de los encargados de la protección al consumidor, que a su vez llevarán su propia etiqueta de vencimiento. A Sara que no espere nada de “intelectuales”, es el producto más fácil de comprar y etiquetar.