Voces independientes en la poesía dominicana han sorprendido a los lectores en diferentes épocas, acostumbrados a que los autores pertenezcan a una determinada promoción o movimiento, donde las publicaciones se acompañan de propagandas montadas sobre la base del intercambio de premios, con los consabidos elogios propios de círculos de amigos y cenáculos.
Ese podría ser el caso de Juan Alonzo, quien con su más reciente opúsculo publicado en una modesta edición, muestra una madurez poética digna del reconocimiento de sus contemporáneos, por encima de autores que por su persistente publicidad y dilatada proyección en los corrillos literarios se han convertido en referentes poéticos obligados.
Nacido en San Francisco de Macorís en 1953, Alonzo es presentado como autor de “una poesía a veces difícil que incluye diversos motivos que van desde lo místico, el simbolismo de las religiones orientales, hasta temas muy presentes como el desamparo social, la impotencia y el poder mediático que coacciona la libertad individual en esta época traumática”.
El rigor estético de Estación Limpia supera a Marginal, primer poemario de Alonzo, donde probablemente iniciara su búsqueda de “la rosa perdida en los oscuros laberintos de la fe” a pesar de que “la paradoja de este extraño existir conspire desde la falsa quietud del que entrega su vida y su autonomía de pensamiento por una libertad cuestionable y un trozo de pan mugriento”.
El autor se siente elegido por una poesía que le empuja a la búsqueda de verdades perennes, contrarias a lo que entiende como un pensar producto de hechos históricos o ficticios, presumiblemente falaces, pero que “insisten en presentárnoslos” como única solución a la incógnita del ser. El latido de un canto fresco se percibe desde el inicio con Todas las tardes son Iguales hasta terminar con Bosque Sexual, recreación poética del Edén: “Ella quebró el árbol de la vergüenza,/ abrió los ojos del indeciso/ entre ladridos de perros celestes”.