Uno de los vicios ideológicos más arraigados en la mentalidad de la gente es el de concebir al especulador como ese malvado que acapara productos y provoca un aumento de precios. Todo esto en detrimento de las clases desposeídas.
“Los precios no son esos. Se está especulando”. Solemos oír.
Pero en realidad, sin proponérselo y persiguiendo única y exclusivamente su propio interés, el especulador rinde un servicio a la sociedad. Los libros de texto de economía lo explican con ejemplos parecidos al que sigue: Vamos a suponer que ocurre una catástrofe natural que provoca una gran escasez de agua potable. Los moralistas entenderían que los comercios deberían prácticamente regalársela a los pobres y sedientos damnificados. Y digamos que así lo hace un grupo de bien intencionados…
Otro grupo, el de los malvados avaros, decide hacer negocio.
Y anticipando la escasez de agua que se avecinaba, decidió comprarla en grandes cantidades, esconderla y luego venderla a los desesperados a un sobreprecio.
¿Cuál es el resultado al final?
El primer grupo se desabastece. Se queda sin agua. Primero, porque todos se avalanchan a comprarle y segundo, porque vendiendo tan barato no tiene incentivo para seguir supliendo en una zona de alto riesgo. Termina cerrando.
El grupo de los avaros, sin embargo, no sólo garantiza que el agua aparezca y la gente no se deshidrate, sino que incentiva con sus ganancias extraordinarias a que otros comerciantes se arriesguen a venir a la zona devastada a vender agua también. Poco a poco, la competencia hace que el agua potable sea cada vez mas fácil de conseguir y que su precio vaya bajando a un nivel más normal.
Los especuladores con su vil propósito de enriquecerse a costa de la desgracia de otros logran sin querer que el mercado se regularice.
Las buenas intenciones del primer grupo de comerciantes, en cambio, trabajaron en contra de los que pretendían ayudar.
Aprendiendo un poco de economía básica se analiza con mejor criterio la validez y conveniencia de tanto discurso moralista que anda suelto por ahí.
Esta es una invitación a desconfiar de los mismos, aunque suenen lindos y emotivos.