Cuando se rebasan las líneas de la realidad dentro del diario vivir, queda algo parecido a lo que hoy llamamos realismo mágico. Todos debemos, o deberíamos, buscar el significado último de la vida, de la existencia humana en éste “valle de lágrimas” que dicen algunos. Pero todo es muy complicado, y parece que cada día se pone más complicado. Si a eso le sumamos el hecho cierto de que el hombre está envuelto en una especie de maraña de costumbres, prejuicios y leyes, lo que nos queda es el hombre perplejo, el que mira sin pensar mucho el torrente de información diaria con que nos atosigamos, y no nos queda más remedio que no hacerle mucho caso.
Este siglo XXI está plagado de guerras no declaradas y revueltas bañadas de sangre. La podemos ver paso a paso, en tiempo real, en la TV o en las pantallas de las computadoras. Y las vemos, pero después de unos minutos cambiamos de canal o hacemos clic para pasar a la entrega de los Oscar o para ver el último video de Shakira y Rihanna. Así de fácil, así de increíble.
Los gobiernos tienen la perniciosa costumbre de someter ad nauseam a sus gobernados. Y éstos, tienen la peor costumbre de dejarse someter y maltratar hasta la extenuación. Es un ciclo absurdo, ilógico, irracional, inhumano; pero es una realidad. Cuba, Ucrania, Siria, Venezuela son sólo los últimos fogonazos de esa realidad. Y cada uno de esos casos lleva el nombre de una persona: Fidel, Putin, Al-Assad, Chávez-Maduro, podrían ser otros, pero siempre hay un chivo expiatorio para una realidad más compleja; la de que el hombre es un lobo para el hombre.
Llevar a los pueblos a un callejón sin salida obliga a la rebelión, parafraseando a Berthold Brecht. Eso pasó en Venezuela cuando unas élites se pensaron que se podía hacer todo y no pasaría nada; lo mismo en Cuba; y lo mismo en Persia cuando el Sah. ¿Y en qué quedaron esas revoluciones? En cambiar un abusador por otro, a veces peor que el anterior, como es el caso comprobado en Cuba.
Quienes vivimos los años 70 en Dominicana nos asombra la similitud de las protestas callejeras en Venezuela con las que vivimos aquí; pero más nos asombra la idéntica respuesta que le da el gobierno venezolano de turno, como la dio el gobierno dominicano de entonces; bandas paramilitares creando el terror barrio por barrio; unas fuerzas armadas dirigidas por ladrones; una justicia cobarde y parásita del presupuesto nacional; y una población dispuesta a morir porque se perdió toda esperanza. Así de triste es la historia, así de patética es nuestra especie.