Este lunes los españoles amanecen con desconcierto. El tsunami electoral ha dejado un panorama tan fragmentado que desconocen quién será el nuevo presidente del país. Lo tan temido y cuestionado pasó. El bipartidismo perdió las elecciones; la centroderecha ganó de forma pírrica y la centroizquierda perdió la confianza de muchos. Los que calificaban de “antisistema” se convirtió en la tercera fuerza y un cuatro recién estrenado partido de centroderecha irrumpió con cuarenta diputados.
Los pactos se tornan insostenibles y España se vuelve ingobernable. A la “madre patria” sin mayoría, le va a costar formar un gobierno sólido, así que la situación se vuelve visceral o emocionante según se mire, porque la amalgama de opciones está sobre la mesa de juego.
El PP no ha hecho muchos amigos en la última legislatura. Las viejas guardias explotan de rabia por el resquiebro del sistema tradicional de partidos que solo han cautivado al 50% del electorado. Las nuevas figuras arremeten en el escenario subrayando como dogma, la imposibilidad de acuerdos en contenidos básicos de su programa electoral. La independencia de Cataluña es uno de ellos.
La derecha tradicional aunque sonríe tiene un sabor agrio en la boca, sobre todo, en los ambientes más conservadores. Sin embargo, mantiene una influencia decisiva en un cuarto abundante de los electores. Por eso, Rajoy salió y saludó. No le quedaba otra. El PSOE al frente de un hombre respetado pero definitivamente gris, es incapaz a su vez de mejorar su caudal tradicional, que tiene los peores resultados desde finales de los ochenta. De hecho, soñaba con gobernar autónomamente, pero no logró ni de cerca el objetivo. Los ciudadanos han desconfiado de una centroizquierda sin alma y han premiado con muy poco interés al actual partido de gobierno. La representatividad de los dos partidos emergentes Podemos y Ciudadanos es incuestionable. No obstante, Podemos, conformado por un cártel electoral de movimientos progresistas, no ha cubierto el liderazgo que preconizaba y al que aspiraba. Eso sí, ha demostrado que representa los intereses de una mayoría social que golpeada por la crisis, precarizada por el modelo económico y que, a pesar de haber estudiado no logra ver un futuro y manifiesta temor. En el caso de que se cierren las puertas a acuerdos políticos se abren ahora las ritualidades de la democracia constitucional, lo que provocaría disolver las cámaras y convocar nuevos comicios. Ahora mismo, la crisis de gobernabilidad es real. Si la evidencia se impusiera a las consignas, el análisis del resultado en las urnas debería ser el cuestionamiento al gobierno o desgobierno, al que los dos partidos principales han conducido a España. Los líderes del partido de gobierno han optado por adoptar un perfil más bajo manejando con cautela la situación. ¿El principio del fin o el inicio de una nueva era para la democracia en España? ¿Gobernar en minoría o convocar elecciones anticipadas?