Hace unos días me encontraba en un establecimiento comercial, compraba, junto a mis niñas, unas provisiones para el hogar. Caminando en los pasillos del negocio, con la valiosa ayuda que nuestros hijos están seguros que nos proporcionan mientras estamos seleccionando lo necesario. Ellos no pierden tiempo, y ven en cada tramo de la tienda, un artículo que tan pronto descubren se les antoja indispensable. Es así como transcurre un día de compras, entre hacerles entender que no debemos llevar más de lo que realmente necesitamos y aclararle cuales cosas pueden esperar para después. Fue en ese momento, cuando casi sin querer miré a una niña a la que su padre le decía algo en voz baja, pero cuya cara denotaba una rabia enorme. Su mirada y gestos para con la que unos momentos más tarde me di cuenta que era su hija, eran de desprecio y cuando estuve más cerca, sus palabras me causaron un enorme dolor, solo superado por la gran pena que sentí al notar la mirada avergonzada de la pequeña que se había dado cuenta de que yo había visto y escuchado todo. Ese señor, le decía palabras que jamás me imaginaba que podían salir de la boca de un padre y menos para una hija que no podía tener más de 10 años. Entre maldiciones y amenazas, aquel caballero carente de sentimientos, empujaba a la inocente criatura que se moría de vergüenza porque aunque, a su padre la rabia le impedía notar mi presencia, la pobrecita niña estaba paralizada y su carita denotaba el terror que le infiere el hombre al que llama padre. Sentí tanta indignación, mientras luchaba porque mis hijas no se percataran de lo que estaba pasando, debí cerrar los ojos y mi boca para no decirle a ese señor todo lo que se merecía. No me faltaron ganas de llamar a algunos de los hombres que se encontraban en la tienda, segura de que ante un hombre no sería tan valiente. Sentí tanta pena y dolor por esa niña y por horas, me atormentaba el pensamiento de los abusos que debe sufrir. Al final, la joven de la caja, ante la cual se produjo el bochornoso espectáculo, me confió que todo el disgusto del señor se debía a que su hija había hecho un pequeño dibujo en el voucher de su tarjeta de crédito.
Un episodio muy triste y doloroso
Hace unos días me encontraba en un establecimiento comercial, compraba, junto a mis niñas, unas provisiones para el hogar. Caminando en los pasillos del negocio, con la valiosa ayuda que nuestros hijos están seguros que nos proporcionan mientras…