Dice el escritor israelí Etgar Keret que la lectura nos ayuda a entrenar al músculo de la empatía. Difícil tarea teniendo en cuenta que desde que se conformara el Estado de Israel en 1948, y el movimiento nacionalista palestino comenzara a reagruparse en Cisjordania y Gaza, la tensión endógena y exógena en el país ha pasado de ser un tema local, a ser un asunto regional y por supuesto, internacional.
Como hábil narrador asegura que la literatura habla en voz baja pero que todavía no ha encontrado un libro que pueda detener una bala. La literatura puede confundir, como las anécdotas que acompañan sus historias, en manos de personajes cotidianos que entrañan pinceladas de la tensión entre el individuo y la sociedad, de la polarización entre el nacionalismo árabe y el sionismo, así como el costumbrismo religioso incluso ultra ortodoxo, que envuelve a la tradición judía, según la cual la zona en la que se asienta Israel es la Tierra Prometida por Dios al primer patriarca, Abraham, y a sus descendientes.
La normalidad pasa a ser algo amenazante porque es algo que no conoces, asegura Keret. Quizás por eso, el statu quo de Israel es la alarma y el constante sentimiento de estar a salvo del enemigo. Un enemigo con diferentes rostros pero que tiene en común el miedo que provoca en la gente. Por eso, a pesar de ser una lucha entre David y Goliat, no se puede bajar la guardia. El miedo es libre, eso dicen, y más allá de ser un conflicto territorial, religioso o político, a cada quien nos duele nuestra familia.
Según el economista Dan Catarivas, representante de la Asociación de Industriales, Israel basa su estructura en una economía transformativa cuyo capital humano es su principal recurso. Una economía con una inflación del 0%, en la que los precios van a la baja, un desempleo del 6% y orientada a las exportaciones principalmente con la UE, con China y la India se han duplicado. Exportaciones que siguen en alza a pesar del boicot y que están sustentadas por la mano de obra de los inmigrantes. Algo lógico teniendo en cuenta que la edad promedio de la población está por debajo de los treinta años.
El manejo de la economía palestina es el talón de Aquiles o un problema estructural para acercar la idea generalizada y plausiblemente laica de dos Estados para dos pueblos. Para ello hace falta que exista un equilibrio entre las partes y una negociación con líderes autorizados. A priori, estamos lejos de ello. Mientras tanto, hay un silencio mudo. La mayor parte de la economía palestina se mueve a través de donaciones y una estructura pública sobredimensionada. El problema es que el Israel tampoco empuja para que tenga un desarrollo independiente.
¿Será verdad que las personas no queremos probar algo que no hemos hecho anteriormente, que no queremos caer en errores pasados o que estamos inmersos en un profundo automatismo?