Para Nicolás Maduro y los funcionarios de su régimen, todo lo malo que sucede en Venezuela es culpa de la oligarquía y/o de los Estados Unidos. Para mí, como observador de lo que sucede en esa nación, donde tenemos familiares, amigos y socios, es difícil aceptar esos planteamientos de los socialistas bolivarianos.
El caos en que está sumida la nación suramericana es primordialmente responsabilidad de la incompetencia de quienes la dirigen. Han destruido todo el aparato productivo, lo cual es la verdadera causa de la escasez de bienes, que ha traído como consecuencia las largas y enojosas colas para adquirir productos básicos.
Maduro ha tratado de emular a Chávez, pero ha demostrado que no tiene ni su inteligencia ni su carisma, lo demuestra con sus constantes meteduras de pata. Al día de hoy la posición de su régimen es muy diferente al de años anteriores. La popularidad del presidente es de apenas un 25%.
No es de extrañar: la situación económica es muy precaria, el petróleo, su principal producto de exportación, registra precios muy bajos: el salario mínimo se ha depreciado hasta llegar a ser el menor de la región, nueve dólares mensuales; la inflación ha aumentado desmedidamente y, como consecuencia, el poder adquisitivo de la población ha disminuido a niveles alarmantes.
Por otra parte, la falta de seguridad ha obligado a muchos venezolanos a emigrar y los que permanecen allá tratan de salir a las calles lo menos posible para evitar ser asaltados. La cifra de muertos es récord en la región, sólo por debajo de Honduras, no hay familias que no hayan sido afectadas de alguna forma.
Es bien conocido el carácter represivo de este régimen, hemos visto a estudiantes masacrados en las protestas y la condena injusta e ilegal del líder opositor Leopoldo López. No sólo hay carencia de bienes y de divisas, sino de algo tan fundamental como lo es la democracia.
El nuevo socialismo del siglo XXI, como lo bautizara Hugo Chávez, es un fracaso. El régimen de Maduro se tambalea, sus aliados tradicionales se van haciendo menos. En Argentina, Mauricio Macri se expresó claramente en contra del gobierno chavista-madurista; la líder brasileña Dilma Rousseff se encuentra absorta en problemas internos y en enfrentar las acusaciones de corrupción de su gobierno. Cuba se abre puertas por un nuevo camino con el apoyo de los Estados Unidos.
Más importante aún, es la votación masiva en su contra que se llevó a cabo el pasado domingo, de una manera ordenada y pacífica. Un pueblo hastiado de represión y malos manejos se ha pronunciado y su voz se ha sentido clara y fuerte.
Intentos hubo de malograr el proceso, como lo indican la sospechosa prórroga de el horario de votación; la retención de los equipos de CNN en español, tal y como denunciara la periodista Patricia Janiot; y, el retiro de las credenciales al ex presidente boliviano Jorge Quiroga, quien además fue amenazado públicamente por Diosdado Cabello, actual presidente de la Asamblea Nacional.
Hay mucho escepticismo sobre este triunfo de la oposición venezolana, a pesar de que Maduro la reconoció públicamente luego del primer boletín electoral.
Muchos no olvidan sus declaraciones de no estar dispuesto a aceptar una posible victoria de la oposición, ya que ésta no seria más que el resultado de un plan de la oligarquía con el apoyo de los Estados Unidos para evitar el avance de la revolución bolivariana.
En el pasado había sucedido antes en Venezuela, que se desconociera el triunfo de la oposición en alguna plaza, mediante artimañas seudo legales. Lo hizo Chávez cuando perdió Caracas. Es bien sabido que con una mayoría en la Asamblea Popular la oposición tendrá la facultad de revocar el mandato de Maduro. Por eso se teme que tanto Maduro como Cabello intenten comprar legisladores de oposición o lo que es peor, crear un congreso paralelo mediante la Asamblea del Poder Popular. Al momento de escribir este artículo la Mesa de la Unidad Democrática tenía ciento siete escaños. Sus aliados, la representación Indígena, tenía tres y faltan dos por definir, que sin duda llama la atención ya que con un sistema electoral tan de avanzada y perfecto como el venezolano, ya estos dos escaños debían haber estado definidos.
No obstante, pienso que hay muchos motivos para estar optimistas. El gobierno sabe que ante cualquier intento de desconocimiento se enfrentaría a una fuerte reacción de sus opositores que son ahora mayoría, sabe también que hay mucho descontento en las filas militares que no gozan de las ventajas del régimen y sufren las penurias y necesidades del resto de la población.
Recomponer la nación no es tarea fácil, pero Venezuela ya cuenta con una mayoría que tiene la voluntad de hacerlo. Pienso que para el propio gobierno se presenta una gran oportunidad de trabajar con la oposición buscando soluciones a la grave crisis económica que se profundizara por la caída aún mayor de los precios del petróleo en el mercado mundial. El país no es de los de izquierda ni de los de derecha, el país no es de los empresarios ni del veinte y cinco por ciento que vive debajo de la línea de la pobreza. Es de todos los venezolanos que deben trabajar juntos para tener una sociedad mejor. ¡Se Puede!