La democracia ha devenido en la parodia que llamamos “elecciones generales”. Claro que es preferible esa parodia a las tragedias que viven Cuba, Corea del Norte o Venezuela. ¿Cómo es posible que un cómico, sólo por ser popular en la TV, se convierta en el alcalde de la ciudad más vieja de América? Hoy la idea de gobierno, de las mayorías aptas, que nos viene desde la antigua Grecia no es más que una parodia de mal gusto.
Quizás el gobierno dirigido por un cómico y la comedia dirigida por un trágico sean las soluciones deseadas en lo más íntimo de cada ser, por esa vocación ácrata que llevamos muy en el fondo. Platón pensó que sería buena idea la división en clases rígidamente separadas, con el argumento de que es imposible que un mismo hombre pueda desempeñar dos oficios a la vez, y con ello cuestionaba los fundamentos de la democracia; ya que Platón quería un Estado en que el zapatero sea sólo zapatero y no a la vez timonel, el labrador sea labrador y no sea a la vez juez, y el guerrero, guerrero, y no comerciante a la vez que guerrero, en el que cada uno haga lo que le correspondería hacer. Hoy, en nuestras democracias y para horror de Platón, hemos visto que un aprendiz de sastre de San Juan de la Maguana puede ser senador, abogado, ingeniero, funcionario público, empresario multinacional, economista, chulámbrico, político y multimillonario, todo a la vez, por obra y gracia de un partido político que era de izquierdas.
¿Es posible la organización de la ciudad-estado ideal en tiempos en que Kim Kardashian, Pablo Iglesias, Belén Esteban o Nicolás Maduro tienen millones de “seguidores”? Quizás la especie humana no quiere, y nunca ha querido, Estados ideales o la perfección en el hacer y el deber.
Las elecciones de cualquier tipo son extrañas. Por ejemplo, a las candidatas a un concurso de belleza se les hacen preguntas como si fueran candidaturas a licenciadas o doctoras en algunas materias; sin embargo a las candidatas a un doctorado o licenciatura universitarias no se les pide salir en bikini o traje de noche. Algo injusto, creo yo, por eso una beldad respondió que Confucio era un chino japonés que inventó la Confusión. No sabemos si para burlarse del concurso o porque le resultaba muy lógico.
Queremos creer que las elecciones políticas nos traerán una versión de la democracia en la que se recurra a la regulación estatal y a la creación de programas y organizaciones patrocinadas por el Estado para atenuar o eliminar las desigualdades e injusticias sociales. Mientras, el país parece un mercado de compraventa.