A l igual que los afectos y las atenciones, el respeto no se exige, no se impone porque sí. Es, sin temor a equivocarnos, uno de los atributos, por excelencia, que las personas deben luchar por ganarse.En el hogar, si los padres no juegan su rol de manera adecuada, respetando primero a sus hijos, cuidando cada paso, midiendo cada acción delante de ellos y ante la sociedad, no pueden esperar respeto.
Si pretenden corregir a sus vástagos las mismas cosas que ellos hacen y dicen a diario. Si los obligan a cumplir lo que ellos incumplen. Si les exigen puntualidad y responsabilidad, cuando ellos desconocen lo que en realidad significan esas palabras, probablemente, se verán obligados a imponer su autoridad por la fuerza, pues no tendrán argumentos para razonar con sus descendientes.
En este caso, la autoridad en el hogar se impone de forma arbitraria y los padres se engañarán creyendo que sus hijos los respetan, cuando en realidad solo obedecen por temor a ser castigados o en el peor de los casos, maltratados.
Ser mayor que nuestros hermanos, no es una condición única para que se nos respete.
Si el hermano más grande no da el ejemplo, si su conducta deja mucho que desear y si sus pasos por la vida no son los más correctos, su hermano menor, aunque siempre lo verá como el “más grande”, no le tendrá respeto, ni lo considerará como una fuente de consulta cuando necesite de un buen consejo.
Esa situación se traduce en todos los aspectos de la vida.
Se puede obedecer, hacer las cosas porque es nuestra obligación, porque siempre, cada quien recibirá de otros las directrices de lo que debe hacer. Eso pasa en las aulas cuando somos estudiantes, en el colegio, en la universidad, le debemos atención y respeto a nuestros maestros y profesores, pero ellos también deben exhibir una conducta adecuada para que les escuchemos con atención y respeto. Quien está por encima de otros jerárquicamente, debe mostrar respeto por los demás en igualdad de condiciones, inclinarse con favoritismo y preferencias, en favor de unos y en perjuicio de otros, es la prueba más fehaciente de falta de liderazgo y del accionar más injusto que alguien puede mostrar. En estos casos, hacerse respetar se hace muy difícil.