El candidato del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) se enfrenta a un enemigo en incubación, que ya rompió cascarón y sus garras golpean sus propuestas de gobierno para el 2012.
Puede explosionar y establecerse en toda la geografía, como una nube de amplio campo. Es el deterioro de los términos de desempeño de la economía, su impacto en el bolsillo y la profundización de una inicial pérdida de confianza de la gente que se instala en la psique popular bajo el siguiente predicamento: “Tenemos que salir de esta gente porque no se puede vivir… la comida está muy cara, y esto no lo aguanta nadie”. El fenómeno es viejo y se repite de una latitud a otra.
El desastre de la economía española, con un nivel de desempleo al estilo del tercer mundo, 21%, ha parido a los indignados, la derrota del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en las elecciones municipales y un adelanto de las elecciones generales. Con la crisis el Partido Popular va en coche.
El contrincante de Danilo Medina se ha montado sobre el mismo coche del desasosiego popular en cierne. Hipólito Mejía lo acaba de proclamar en Santiago, convencido del crecimiento de su candidatura a consecuencia de “la desesperación que tiene el pueblo por la desgracia que estamos viviendo, así como a la confianza que ha despertado mi candidatura en la ciudadanía”. En esa perspectiva, la población no decide por el mejor gerente o dirigente, sino en contra de una situación muy concreta.
Las propuestas programáticas quedan relegadas y el discurso pasa a segundo término. La situación económica centra el debate y el dedo acusador se orienta hacia quienes tienen la responsabilidad partidaria de la administración del Estado. En 2004, la crisis financiera constituyó un elemento fundamental, eficiente para el retorno de Leonel Fernández al poder.
En consecuencia, el camino se torna peligroso para un partido que intenta el continuismo después de 8 años en el poder, en medio de un reajuste del gasto a consecuencia de la caída de los ingresos, reprograma sus planes hasta diciembre y trata de detener el escalamiento de precios que acumulados al mes de junio pasado generó una inflación de más del 6 por ciento.
Paralelamente, los aumentos de la tarifa eléctrica, la pérdida de empleos y de la capacidad de compra de quienes tienen ingresos fijos, obligará al gobierno y al PLD a elaborar una estrategia que les permita tomar la iniciativa, recuperar la confianza en una gobernabilidad sostenible y que rompa con el Sambenito de que el país se enrumba hacia un atolladero económico.
¿ES LEONEL EL PROBLEMA?
En el escenario ha surgido un punto de vista que pretende sostener que la sombra del presidente Leonel Fernández “solapa” o anula el liderazgo o la figura de Danilo Medina, lo que se levanta como su principal obstáculo para alcanzar el propósito de ganar el poder en 2012. El planteamiento parte de que el presidente de la República es un valor negativo en la campaña electoral y en consecuencia debe ser alejado del candidato.
Tal enfoque podría ser peligroso. Al margen de su naturaleza insidiosa, olvida que hasta hace muy poco tiempo la demanda del peledeísmo y especialmente del danilismo, era que el presidente Fernández despejara las dudas de su apoyo al candidato del partido. Ahora resulta que Fernández se constituye en una disonancia. Primero “opaca” al candidato y luego le resta votos por su pérdida de popularidad, lo que constituye una contradicción intrínseca. Además, si el PLD se envuelve en ese temperamento, se estaría liquidando muy tempranamente en este proceso.
Y proceder así sería ignorar de manera muy supina que el hombre que detenta la primera magistratura es un valor positivo o negativo en la medida en que su gobierno encara adecuadamente los problemas nacionales. Su popularidad o su rechazo indefectiblemente impactarán la candidatura del PLD encarnada en Medina, que tiene una tasa baja de rechazo.
De modo, que desde cualquier perspectiva, los gobiernistas no tienen más camino que cerrar filas y concentrarse en el sentido del buen gobierno. El resto se levanta como un factor de distracción que sólo conviene a la oposición.