Dicho de forma sencilla, las “jamonas” son las “muchachas” de la casa que ya pasados los 30 años no se han casado y mucho menos se avizora la posibilidad de que lo hagan en el futuro cercano. ¿Quién no conoce a una jamona, o solterona, como la modernidad la llama ahora?
En otras culturas, como los pueblos sudamericanos y en Norteamérica, la condición de jamona también encaja en aquella mujer relativamente joven y divorciada, o viuda, que ya sola, con uno o dos hijos, sin fortuna y la sombra de un ex que gravita en su vida, la “venta se le pone pesada”.
En nuestros pueblos se dice de las jamonas que son aquellas mujeres que “están de tomaría”, o más bien, que están en expectativa de cazar un enlace matrimonial, y son vistas y se sienten como en una situación de reemplazo, esperando colocación.
Tanto es así que las jamonas mismas reconocen en sus conversaciones entre amigas que la edad pesa. Cada una atribuye más años a las otras, unas veces a “quemarropa” y otras con el encanto y la sutileza femenina. Pero eso sí, todas se plantan en la edad que les conviene, y si celebran el día de su nacimiento lo hacen cada cinco años, porque “viejas” no se ponen.
Sobre la edad de las mujeres jamonas, es famosa la anécdota de Dolabella, quien le echaba en cara a Marcus Tullius Cicero (Cicerón), jurista, político, filósofo y uno de los más grandes retóricos y estilistas de la prosa en latín de la República romana, que apenas tenía 30 años y él era ya un hombre entrado en edad: “Y tanto que lo sé”, le observó el filósofo, “que hace ya más de diez años que me lo estais diciendo”.
El príncipe que nunca llegó
Son muchas las razones por las que las jamonas alcanzan la nada apreciada categoría. Una de ellas es el complejo de Penélope, la esposa de Odiseo, que pasó 20 años esperando a que su marido llegara de la guerra de Troya, y para evadir a los pretendientes que la sabían sola se sentó a tejer un paño y decía que aceptaría cuando acabara la tarea encomendada por el rey Laertes, pero en las noches deshacía lo que tejía en el día y así nunca acababa.
El caso es que Odiseo sí volvió triunfante de Troya, pero en el caso de las jamonas el príncipe se les pone cada vez más lejano, ya que, cual mujer signada bajo Virgo, su naturaleza perfeccionista le hace ver defectos en cada pretendiente y termina rechazándolo.
Y entonces, en un tiempo en el que todavía piensan en que pueden levantar la pareja que siempre han soñado, se jactan de haber rechazado a profesionales pobres, a ricos mal educados, a simples mortales que consideran que van a ninguna parte.
Les pasa un poco como a la otra Penélope, la del poeta Joan Manuel Serrat, que vio pasar su juventud y murió sentada cada día en la estación, a la espera de que el amor de su vida viniera en el último tren.
Y así, son expertas en aconsejar a las chicas más jóvenes que se creen en condiciones de que algún príncipe azul la lleve de compra a alguna plaza, como forma de evitar enamorarla con el arte de la galantería de la que escasea.
Y al cabo de unos años de fiestas y cherchas, de citas y rechazos, cuando la joven mujer ve que ya está cerca de los 30 y el príncipe no ha llegado, se ve en el espejo de su consejera espiritual y termina dejándola en medio de su soledad, ahondándose en las jamonas los arrepentimientos, los pesares, los “creí qué”, y se reprochan en sus adentros el haber desairado a pretendientes sinceros.
Como pueblos viejos
En cambio, en sus adentros son un remanso de reminiscencias que nunca fueron. Viven principalmente de recuerdos, y bien se parecen a los pueblos que bien describía Marcial Lafuente Estefanía en sus novelitas ambientadas en el viejo oeste estadounidense: tras la fiebre del oro fueron abandonados y lucen decaídos y arruinados.
Para vestir santos
Las jamonas no son jóvenes ni son viejas. Y viéndose sin los entretenimientos de las jóvenes y de consorte, se hacen poco maniáticas y hasta excéntricas.
Algunas se dedican a hacer vidas comunitarias en las iglesias y trabajar con los niños, en realidad una buena forma de ser madre aun sin tener hijos.
Otras se convierten en la tía de todos. Trabajan para complacer a los sobrinos, cuyos padres, ni tontos ni perezosos, se los echan atrás porque entienden que las pobres mujeres no tienen en qué gastar lo que se ganan.
Otras, en cambio, se trasforman en simples manipuladoras de voluntades; otras se vuelven especies de viejas beatas, intrigantes y chismosas, pues no les queda de otra más que aguantar que sus familiares cercanos, como los padres de sus sobrinos, les echen en cara que están quedadas y que solo les queda vestir santos, situación ésta que provoca reacciones diversas, dependiendo del nivel en que se encuentre la pajarilla aquella.
Sex and the City
Las jamonas de hoy día prefieren llamarse a sí mismas solteronas, o mujeres liberadas y divertidas, y venden su condición como una decisión de vida.
Generalmente este tipo de jamonas son mujeres que asumen que la vida es una y que hay que gozarlas. Sobre todo si están insertas en el mercado de trabajo y sus ingresos les permiten vivir con cierta comodidad.
Ejemplo de las jamonas modernas es la serie Sex and the City, una adaptación hecha por HBO del libro del mismo nombre de Candance Bushnell, ambientada en la ciudad de Nueva York, que cuenta las vidas y amoríos de cuatro amigas, tres de las cuales (Carrie, Charlotte y Miranda) se acercan a los 40 años, y Samanta, la cuarta, pica lejos en las cuatro décadas.
La serie, con su aire modernista, es retrato fiel de las jamonas en estos tiempos. Muestra cómo, a pesar de que por fuera del amor conyugal las mujeres pueden ver ampliadas sus opciones, acceder a los bienes de consumo, al poder, al saber o al éxito profesional, a las cuatro las embarga el sentimiento de desventura de que los prospectos se les acercan para usarlas y sacar ventajas.
El dulce encanto de las jamonas
Sin embargo, no se puede negar que las jamonas son dueñas de un encanto muy natural.
Sabiéndose un poco retada por el tiempo, las jamonas son movidas un poco por la desesperación, y aunque hurañas en la soledad, ante la primera oportunidad de hacer maridos se transforman en seres dulces, sumamente cariñosas, y hasta tontitas a conveniencia.
Esto se traduce en una amabilidad ante el pretendiente que no es natural, espontánea, innata; sino una amabilidad fingida, acomodada, que raya en la diplomacia, a fin de que el pretendiente que se avizora descubra en ella las cualidades que busca en la mujer que lo acompañará en su vejez.
En fin, las jamonas terminan siendo una suma de esfuerzos por dar el golpe decisivo en su pelea por cazar marido, y cuando logran darlo, los afortunados disfrutan de la dicha de quienes saben que las segundas o terceras oportunidades exitosas son casi inexistentes.