Después de Andy Warhol las conexiones con la realidad y sus objetos a través del arte se convirtieron en un bazar turco. Mostrar lo cotidiano, lo conocido hasta la saciedad era lo nuevo. El bodegón dejó de tener copas, mesas o aves de caza. Warhol desechó la composición y sencillamente utilizó los íconos comerciales populares tal cual, la sopa Campbell´s, Brillo, Coca Cola, fotos de Marilyn Monroe o de Elizabeth Taylor, para poseerlos como sus señas de identidad; su estilo Pop. Warhol entendió el poder de la imagen, el poder de la repetición ad nauseam de cualquier imagen. The Factory aprovechó el momento en que la televisión, la publicidad y el cine de los años 60 eran la meta de cada norteamericano, era el ser, el existir en una humanidad que quería tener sus 15 minutos de fama.
En la mezcla de Marcel Duchamp y Andy Warhol está el llamado arte contemporáneo. Una expresión que busca epatar sea como sea, y para ello no hay nada mejor que imágenes que hagan escándalo. ¿Cuál es la iconografía del arte contemporáneo, de un arte que se ve rompedor y que dice que todo es válido aunque sencillamente sólo sea pobre? En Andy Warhol la iconografía que le marcó de niño fue básicamente la iconografía del arte bizantino; que fueron las de sus padres, las de su gueto en Pittsburg. Pero posteriormente fueron las de Madison Avenue, las de las revistas LIFE o Glamour, culminando en una especie de “scrapbook” de Shirley Temple. Su punto de vista inicial fue algo parecido al diseño serigráfico. Una mezcla de ilustración, diseño gráfico, diseño de moda y serigrafía publicitaria tipo T-shirt. Sin distinción entre significación e implicación de la imagen. La imagen serigráfica ha sido el elemento común.
Muchos creadores de arte contemporáneo visualizan su trabajo final como una serigrafía. Además de esa reducción hay un elemento extra visual en la “imaginería” del artista contemporáneo, sobre todo de aquellos que acostumbran a participar en concursos, y es la sobre conceptualización o argumentación sobre su obra. No importa lo que se presente, la argumentación sobre ella es la base, y es lo que a muchos jurados embelesa. Un buen argumento suple la obra en sí, y muchas veces la acompaña como las que incluyen un video anexo para ser entendidas.
Al montar un discurso verbal, en vez de visual, el artista contemporáneo trata de colocarse más cerca, temporal y geográficamente de los objetos, pero muchas veces pierden la carga del sentido mítico o épico del accionar humano, y lo que quedan son ripios de instalaciones efímeras fuera del imaginario visual y cultural, y más cerca del basurero municipal.