Igual que otras transformaciones tecnológicas de envergadura, la revolución digital está desafiando los arreglos vigentes. Al tiempo que promete expandir el
bienestar impulsando el conocimiento y la productividad, amenaza con desplazar a muchas personas, con dejar a muchas otras atrás y con concentrar poder.
“Dividendos digitales”, el más reciente Informe sobre el Desarrollo Mundial 2016 del Banco Mundial, da cuenta de que en la actualidad, 3,200 millones de personas tienen acceso a Internet, nueve de cada 10 empresas en los países más ricos y siete de cada 10 en los de ingreso medio tienen acceso a servicio de banda ancha, un 80% de las personas que viven en los países en desarrollo poseen un teléfono móvil, todos los gobiernos del mundo tienen páginas web oficiales, en casi todos la gestión financiera y los trámites aduaneros están automatizados, cerca del 40% permite hacer declaraciones de impuestos por Internet, y el 30% permite registrar empresas en línea.
Esto está implicando una expansión formidable de las oportunidades y potencialidades para empresas, personas y gobiernos. Para las empresas, se amplían las posibilidades de participar en los mercados porque el uso de Internet abarata tremendamente los costos de comprar y vender (costos de transacción), y de acceder a los mercados internacionales. Además, contribuye a automatizar procesos y a reducir costos, intensifica la competencia porque abarata y expande la información, reduciendo los precios de las mercancías, promueve la relación entre empresas, e impulsa la innovación. Y ni hablar de la investigación y desarrollo con fines comerciales, algo impensable sin el uso de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC).
Para las personas, la revolución digital incrementa exponencialmente la posibilidad de estar informadas, lo que permite tomar mejores decisiones, expande el acceso y reduce los costos de muchos servicios, incluyendo los públicos, promueve la capacitación, aumenta la productividad de las personas porque ahora son capaces de hacer mucho más cosas con menos, y con ello mejoran los ingresos, y aunque directamente crean pocos empleos, las TIC contribuyen a habilitar muchos puestos de trabajo.
Para los gobiernos, está permitiendo mejorar significativamente los servicios que ofrecen en numerosas áreas como la educación, la salud, la protección social y el registro civil, y reduce los costos de la gestión pública. También, puede contribuir a que los gobiernos sean más abiertos, transparentes y receptivos a las demandas ciudadanas, potenciando la voz colectiva y mejorando la calidad de la democracia. La participación política a través de las redes sociales y los llamados “presupuestos abiertos” son ejemplos de esto.
Sin embargo, al mismo tiempo, las amenazas y retos del cambio tecnológico son enormes. La principal deriva de la dramática desigualdad en el acceso a Internet. Mientras en los países ricos, el 80% de la población tiene acceso a Internet, en los países en desarrollo solo el 31%, unas 2 mil millones de personas ni siquiera tienen teléfono móvil, solo el 15% de la población mundial puede pagar por acceso a banda ancha, y apenas cuatro de cada 10 empresas en los países más pobres tienen una conexión de este tipo.
Esta inequidad se traduce en graves desigualdades en las oportunidades laborales y de aprendizaje y adaptación. En los países ricos, la desigualdad salarial se ha acrecentado, en parte, porque quienes incrementan sus habilidades tecnológicas se ubican en niveles altos mientras los trabajos rutinarios son reemplazados por la automatización. Pero también, favorece la concentración de los mercados antes que la competencia, porque dan una enorme ventaja a quienes tienen la capacidad para adoptarlas frente al resto. Esto hace que se queden solas y con todo el poder frente a los clientes. Por último, la inequidad en el acceso y uso de Internet, se traduce en una gran desigualdad en la capacidad para incidir en el ámbito público, porque la voz que amplifica es la de quienes tienen acceso, las élites, a costa del resto.
Todo esto hace que los llamados “dividendos digitales” estén siendo mucho más modestos que lo posible y deseable. De allí que en su informe el Banco Mundial recomiende impulsar lo que llama los “complementos analógicos”: abaratar el acceso a Internet; promover un clima para que las empresas aprendan y saquen provecho de las TIC para competir e innovar; contribuir a habilitar a las personas, desde edades tempranas, para aprovechar estas tecnologías; y desarrollar instituciones que rindan cuentas y empoderen a los ciudadanos.
La tecnología, sin personas capaces e instituciones apropiadas, puede ahondar la inequidad, la fragmentación social y la exclusión.