Desde el inicio de los estudios sobre la historia dominicana, los maestros de primaria nos entregaron lecciones compuestas de premisas, mitografías y crónicas historiográficas que permanecen como verdades, mezcladas y santificadas con decires bíblicos.Las falacias se inculcan -tal que datos históricos, actuando en la mente del niño durante el proceso de socialización pedagógica, que desde la niñez transmite falsedades de fijación permanente, como la de los cinco cacicazgos- conservados como nombres de naciones sin identificación de fuente alguna de información; la unanimidad lingüística—fundada en errada interpretación del comentario de Bartolomé de las Casas de que “en todas estas islas hablaban una sola lengua”, y del menjunje de comentarios sobre la geografía, la política, las creencias y los gobiernos indianos y de otras falacias.
La historia del conquistador es mentirosa. Tenemos pueblos que no fueron, culturas cuyos trayectos intelectuales o materiales no se estudiaron ni se consignaron. Pero ciegamente creemos como si todavía fuésemos los orgullosos castellanos o aragoneses de la conquista.
Esta tierra no puede permitirse el lujo de ser juzgada por el mundo del siglo XXI como si fuéramos creyentes de los parámetros esclavistas del conquistador español, cuando nunca hubo ni hay sociedad del planeta Tierra con el grado de integración y respeto étnico que florece en esta República Dominicana.
Pero es nuestra identificación que hemos transmitido con mártires y epopeyas heróicas, y no con protagonistas de falso apóstolado como el del esclavista Juan Sánchez Ramírez, y de otros héroes que no lo fueron, pero se mantienen como héroes de nuestras mentiras historiográficas. ¿Qué fueron Marién, Maguá, Maguana, Higüey y Xaragua? ¿Cúál era la ciudad principal de cada uno? ¿Por qué no se consignan la cultura de los ciguayos, cacicazgo conocido desde que ocasionaron la primera baja española durante el primer viaje de Colón, la del Macorix de Arriba, la del Macorix de Abajo, y por qué a un cacicazgo se lo renombró Higüey. Tal vez pensar en términos de historia nos ilumine para que entreguemos el nombre de cada reino de la isla Española, de la capital de cada cacicazgo, de su población, así como de la división política y geográfica indígena. Talvez pueda meterse usted en el lío en que estoy para demostrar que había en la isla, cuando menos, cuatro lenguajes, que las migraciones tenían más de un origen, que había comercio por la navegación hacia diferentes destinos y por diversas rutas, que la ética indigenista era menos injusta que la española, que los aborígenes taínos, esos subdesarrollados, tenía mejores técnicas agrícolas que los genios esclavistas de la conquista y la sujeción, y que nuestra parte de sangre aborigen contiene todavía genes suficientes para ser orgullo nuestro descender de taínos.